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Capítulo 6Argelia, en el vendaval

Parabolas y parabólicas

La neurosis colectiva que afecta a Argelia es producto de un conjunto de contradicciones insolubles

¿Cómo forjarse una idea cabal de cuanto sucede en Argelia sin recurrir exclusivamente a los informes a menudo censurados de la prensa local y de las agencias y periódicos extranjeros? Lo expuesto en una y otros, fundado a veces en hechos de confirmación difícil, ¿no agranda aún unos acontecimientos a todas luces graves? Por ejemplo: ¿hay zonas enteras del país que escapan al control del ejército?, ¿existen centenares de aldeas y pequeñas ciudades en manos de los islamistas?, ¿se lleva a cabo en el Aurés y Constantina una "operación de limpieza" de envergadura, apoyada con bombardeos aéreos y fuego de artillería?, ¿viven los altos mandos militares encastillados en búriquers y se trasladan a sus oficinas y reuniones en helicóptero, como afirma The New York Times del 25 de enero último?, ¿han desertado al maquis ocho mil reclutas con sus armas de acuerdo a las estimaciones del mismo periódico neoyorquino? Barrios enteros de la capital, así como Blida y sus alrededores, ¿son abandonados al ponerse el sol a la ley de los islamistas? Si la penuria de algunos alimentos y alza de precios provocaran un levantamiento popular, ¿dispararía la tropa sobre la muchedumbre? ¿Cuál es el grado de infiltración del FIS entre los oficiales, suboficiales y soldados de oficio? El humor negro de algunos intelectuales ha puesto en circulación un chiste: "En Argelia tenemos ya una alternancia política perfectamente rodada. El poder gobierna de día y el FIS al caer la noche".La necesidad de escapar a la paranoia del gueto en el que viven los europeos e intelectuales amenazados se enfrenta a numerosos obstáculos. Para solventarlos recurro a los servicios de un chófer de confianza y a la generosa amistad de colegas argelinos y de un grupo de jóvenes escritores en lengua árabe que se brindan a escoltarme por los barrios populares considerados baluartes de los islamistas. La pregunta formulada reiteradamente a Ferrán Sales hace tres meses (En el volcán, EL PAÍS, 25-12-93), cuando salía de su oficina contigua a Correos para regresar al hotel, "¿No tiene usted miedo?", nadie la plantea ya: sería tan obvia e innecesaria como comentar en un día despejado que luce un buen sol. Mi indumentaria común, barba incipiente y, sobre todo, la compañía ¿me conceden la invisibilidad del camaleón o es una ilusión mía? En cualquier caso, a lo largo de mis caminatas por la Kasba, Bab el Ued o Belcourt nadie parece reparar en mi in significante presencia. En realidad, ignoro si soy el único europeo que circula o existen otros igualmente anónimos e indetectables como yo.

Un recorrido bajo las arcadas del paseo marítimo, denominado Yusef Zirut hasta mi vieja querencia del square de Port Said y a continuación Ernesto Ché Guevara, me devuelven al ámbito urbano conservado fielmente en el recuerdo: algunos oficinistas de traje y corbata, numerosos jóvenes con vaqueros o prendas deportivas, siluetas femeninas con los cabellos descubiertos o "protegidas" por el hiyab anudado bajo la barbilla importado a Argelia por los islamistas. Los barbudos con birrete y kamis o camisón blanco son raros: desde la ilegalización del FIS y las masivas redadas policiales, la mayoría de sus simpatizantes se han afeitado y exhiben el habitual y más sugestivo atuendo de los barrios. El square de Port Said, con sus bancos ocupados como siempre por buscavidas, parados y ociosos, sirve de punto de cita a los nigerianos o senegaleses recién llegados a la cercana estación. La abundancia de pobres, acurrucados o dormidos, es una novedad: la Argelia revolucionaria de los sesenta se enorgullecía de haber acabado con ellos. Ahora se cuelan entre los vehículos en los semáforos y piden dinero a los conductores como en Madrid o Londres. La vasta explanada de la plaza de los Mártires -enteramente remozada con quioscos y jardines- conserva la animación de antaño. En uno de sus muretes de obra, un viejo barbudo con birrete y camisón blanco hasta media pierna lee tranquilamente Liberté, el diario francófono más radicalmente opuesto a los islamistas.

En automóvil, seguimos por una avenida arbolada que cruza la parte baja de Bab el Ued. El descaecido barrio pied noir cautiva aún al forastero con sus inmuebles de abigarradas persianas de tela, la colada multicolor que seca en los balcones, el bullicio y griterío de sus mercados. La economía sumergida, que suple aquí las carencias de un circuito oficial en quiebra, muestra la vitalidad y reflejos de defensa de los sectores de la población preteridos por el Estado. Como verificaré luego en la Kasba y Belcourt, las tiendas se hallan bien surtidas gracias al trebando, aunque los precios de los artículos sean prohibitivos para muchos. Las únicas colas se forman en los puestos de venta de aceite, leche y café, muy solicitados durante Ramadán. La policía y los militares se han eclipsado desde la llegada de Liamín Zerual al poder: durante mis paseos por las zonas calificadas de conflictivas no tropezaré con ninguna patrulla ni agente annado. ¿Hay que ver en ello una manifestación de confianza o de repliegue, de fuerza o de debilidad? Sea lo que fuere, su ausencia crea una impresión de calma chicha, disminuye la tensión en las calles abarrotadas, marcadas aún por impactos de balas de enfrentamientos recientes o antiguos.

¿Cómo conciliar la visión del trajín y mercadeo de Ramadán, del aguijador hormigueo humano, con las Imágenes de la insurrección de octubre del 88 o las fotografías de jóvenes iracundos enfrentados a las fuerzas del orden en mayo de 1991, obedeciendo a las consignas de sus líderes religiosos? Después de una asomada a la mezquita inconclusa, con todo el aspecto de un hangar o edificio en obras, en donde solía predicar Alí Belhach -el imán favorito de los chavales callejeros de Bab el Ued-, nos apeamos y continuamos el camino cuesta abajo por la avenida del Coronel Lofti, en pleno corazón del barrio.

En mi primera salida con el corresponsal argelino de Efe, visito el mausoleo profanado de Sidi Abderrahmán y, previsor como soy, me procuro una vela agraciada con su baraca, atravieso la Kasba por la calle de Abderrahmán Arbadyi, alcanzo la vieja sinagoga convertida en mezquita, corto -siguiendo siempre a mi guía- por una calleja escalonada hasta la vía más amplia de Arezki Buzrina, redescubro con alegría la mezquita beylical de Ketchua, adaptada al culto católico por los franceses, que hicieron de ella su catedral, y devuelta a su primitiva condición de aljama tras la independencia y brusca desaparición de sus fieles. Su hibridez arquitectónica, reflejo de los bandazos de la historia, incita a una contemplación detenida; pero, devolviéndome a la crudeza de los tiempos presentes, mi compañero me muestra el lugar en donde 48 horas antes cayó gravemente herido de un disparo el periodista de la televisión Hasán Benauda. El circuito de los barrios de Bab el Ued y la Kasba no es precisamente turístico: mientras redacto estas líneas, la radio anuncia el asesinato en las calles del primero de un redactor del diario oficial El Moujahid.

De nuevo, con un trío de jóvenes escritores, acudo a las zonas que recorría despreocupadamen

Parabolas y parabólicas

te hace veintitantos años, almáciga ahora de militantes del FIS. La Kasba, conceptuada de "obra maestra de arquitectura y urbanismo" por Le Corbusier, conserva el encanto y fascinación de antaño pese a la carencia de infraestructuras sanitarias adecuadas, edificios al borde de la ruina y hacinamiento asfixiante de la población. La embriagadora sensación de perderse en el dédalo de callejas de la antigua ciudadela turca, de atalayar la improvisada y genial superposición de terrazas en las que las mujeres orean la colada e imitar al gentío que sube y baja por las escaleras abruptas, será el recuerdo más bello de mi estancia en Argel. No obstante, pasado el primer deslumbramiento de este conjunto imbricado y prismático en cuyos recovecos y laberintos me siento como en las medinas de Fez o de Tánger, los estigmas y síntomas de la crisis general del país emergen como manchas grasientas en la lumbre del agua. La artesanía y mayoría de artículos de fabricación nacional han desaparecido: el público se abastece con saldos de la industria europea y prendas de vestir made in Corea, China o Taiwán. Detritus y basura se acumulan al pie de oquedades tenebrosas y malolientes tubos de desagüe. Los chiquillos juegan en espacios insalubres, huyendo del ahogo de las viviendas y su promiscuidad insoportable. El cuadro no difiere mucho del de los arrabales de otras ciudades árabes y no árabes, pero aquí la incuria del Estado y autarquía de la población se conjugan de tal modo que explican el éxito de los islamistas. Todo se organiza en circuitos autónomos, a espaldas de los poderes públicos. Desde el seísmo de 1989 que agrietó y sacudió los cimientos de numerosos edificios de la Kasba, el FIS coordina abiertamente o en secreto la gestión social del barrio. ¿Existe también, sin que. yo lo advierta, una policía paralela para colmar la ausencia aparente de la oficial tras las redadas nocturnas del pasado año? Nadie quiere, puede o sabe responder a la pregunta. Como en Kuba o en El Harrach, en donde el busto del emir Abdelkader -símbolo de la heroica resistencia argelina a la invasión colonial francesa- fue arrancado de su peana en medio del parque por los émulos de los iconoclastas sin suscitar reacción alguna de las autoridades del municipio, las iniciativas del poder oculto se multiplican. Las pintadas murales del FIS adornan los ámbitos populares y suburbios de la capital: ningún edil se toma ya a estas alturas la molestia de borrarlas.Único consuelo

El programa de los grupos radicales de reislamizar la sociedad ha cosechado con todo un significativo fracaso tocante a las parabólicas. Incluso en las áreas más degradadas de la Kasba, abundan los inmuebles que disponen de ellas, bien directamente por cotización entre sus moradores, bien mediante conexiones ingeniosas o chapuceras con la antena más próxima. Único elemento de consuelo o distracción de sus vidas angostas y sin horizontes, los vecinos se atracan de imágenes engañosas y anestesiantes de la supuesta orgía consumista europea, del Gran Mercado del Mundo con sus productos en serie de sexo y violencia. El caso de la Kasba no es único: en Bab el Ued, Belcourt, El Harrach, Salambier, Climat de France (el barrio de viviendas subvencionadas de Ferdinand Poulllon motejado hoy por sus habitantes de Climat de sou(s)ffrance (juego de palabras intraducible: sufrimiento y subFrancia) a causa de su atmósfera opresiva y decrepitud galopante-, el fenómeno se repite. Pese a las campañas del FIS contra la pornografía y telebasura de TV-5 y el Canal+ francés, las parabólicas han brotado con la misma rapidez que las mezquitas. Las expediciones punitivas no surten efecto alguno: acabada la incursión de los militantes, los vecinos se las arreglan para conectar de nuevo el cable. Las parábolas no pueden con la plaga de las parabólicas. En muchos casos, los jóvenes que reclaman ardorosamente el advenimiento del Estado islámico y estricta aplicación de la sharia compensan su impaciencia y frustración con el fisgoneo del universo turbador, inalcanzable y odiado de la otra orilla del Mediterráneo. La neurosis colectiva que afecta a Argelia es producto de un conjunto de contradicciones insolubles: los mismos que expresan sinceramente su aversión a un Occidente corrompido y agresor aprovecharían, si lo pudieran, cualquier ocasión de emigrar a Francia. Su esquizofrenia repite sin saberlo la de los jerarcas y capitostes del FLN que, luego de denunciar virtuosamente en sus discursos la arrogancia y las secuelas bien reales del imperialismo francés, partían los fines de semana a París a patearse los cuartos con sus queridas en hoteles y tiendas de lujo de los Campos Elíseos y el Faubourg de Saint Honoré.

¿Hay dos Argelias separadas por la barrera lingüística, una atrasada, tradicional y arabófona y otra francófona, abierta y modernista? Este modo de presentar las cosas por algunos "demócratas" o portavoces del llamado "partido francés" las oscurece en lugar de aclararlas. Es cierto que durante la época de Ben Bella y Bumedián los arabófonos se sentían excluidos de la Administración y las sociedades estatales en las que los componentes de la mafia político-financiera amasaban sus inmensas fortunas. El modernismo socializante del FLN despreciaba a los imanes y profesores de lengua árabe o los trataba con un paternalismo condescendiente similar al de los colonizadores. El francés era -y, aunque en menor grado, lo sigue siendo- el lenguaje del Gobierno, industria y comercio, de las élites políticas que regían y rigen el país. La campaña de arabización forzada de mediados de los setenta y época de Chadli Benyedid no dio los frutos apetecidos: condujo, al revés, a infinidad de malogros escolares, desacreditó a la escuela pública y provocó el éxodo de los suspendidos en los exámenes y los semialfabetizados a las medersas y mezquitas. El margen existente entre el dialecto hablado por el pueblo -dejo para otra ocasión el problema de la lengua e identidad beréberes- y el árabe standard modernizado, divulgado a través de la prensa y televisión explica en gran parte el fracaso: este lenguaje conformista, fosilizado, neutro e insípido empleado en los boletines informativos hablados o escritos repetido día a día hasta la saciedad provoca el rechazo del auditorio y cansancio de los lectores, hartos de estereotipos y frases hechas que poco tienen que ver con la lengua materna en la que se expresan. A consecuencia de la arabización arbitraria y mal aplicada, el número de bachilleres capaces de dominar de modo correcto el francés o el árabe se redujo drásticamente: el nivel de educación bajó y los modestos avances del último no compensaron el retroceso general del primero. Los francófonos acusaban de incompetencia a los imanes y profesores importados del Oriente Próximo y aprovecharon la liberación política consecutiva a octubre de 1988 para desquitarse. Puesto en pie de igualdad con el árabe en la prueba de la verdad del mercado, el francés, según Tahar Djaout, salió victorioso: la tirada de sus diarios triplicaba la de los publicados en el idioma nacional. En realidad su triunfo era efímero y se reducía a un sector muy concreto: el de los grupos sociales beneficiados por casi tres décadas de partido único y las minorías políticas e intelectuales laicas partidarias, como Ferhat Abás cuarenta años antes, del pluripartidismo y la democracia. El empeño de un escritor de genio como Kateb Yacine de promover la lengua materna a fin de dar rienda suelta, mediante espectáculos teatrales en dialectal, a las vivencias cotidianas del pueblo y los sentimientos ordinariamente proscritos por la langue de bois al uso, abrió el camino a las obras satíricas de Slimán Benaisa y a la feliz adaptación de la oralidad de la halca del recién asesinado director oranés Abdelkader Alicha. Pero la potenciación del darixa o árabe común a millones de argelinos no beréberes choca a la vez, no obstante sus posibilidades enriquecedoras, con el elitismo de los francófonos y la voluntad normalizadora de los islamistas.

La opinión de algunos de mis interlocutores arabófonos sobre la situación actual y su evolución probable diverge de la que suele escucharse en Francia en boca de los novelistas y autores blanco de los ataques del FIS. Aunque todos condenan los atentados e intimidación de los que son víctimas sus colegas, piensan, como me confió uno de ellos, que aquéllos se limitan a "explicar en francés a los franceses lo que es Argelia". Sus preocupaciones, me había dicho en París un simpatizante del FIS, son ajenas a las de la mayoría de sus paisanos: "El seísmo que nos sacude les ha hecho sentirse de golpe extraños en su propia casa y este descubrimiento, junto al miedo, les impulsa al exilio". "¿No ocurrió lo mismo en Rusia en 1919, en Alemania en l933?". "Argelia no es Rusia ni Alemania. Aquí seguimos luchando contra las secuelas del colonialismo". "Los métodos terroristas y prácticas retrógradas ¿forman parte de esta lucha?". Mi interlocutor no quiere comprometerse y prefiere insistir, como justificante, en las condiciones de vida del pueblo argelino y la agresión cultural sufrida por sus paisanos. En una sola cosa estamos de acuerdo: la muerte violenta de chico sin trabajo de Bab el Ued y Belcourt no es menos horrenda e inadmisible que la de un escritor.

Afán de limpieza

Cuando leo en un folleto clandestino que "los miembros del hizb faransí (partido francés) deben seguir el ejemplo de los pieds noirs y embarcarse para su verdadera patria", este afán de limpieza me trae a las mientes el de otros periodos desdichados de la historia de España. ¿No es Argelia, como casi todos los países del Mediterráneo, el resultado de un mestizaje y fecunda compenetración de culturas? Entre una concepción reductiva, homogeneizadora, condenada al monólogo y otra receptiva, plural, abierta al diálogo tanto la experiencia española como la árabe muestran que el triunfo de la primera significa la desertización cultural y el reinado estéril del dogmatismo. "Hay que integrar en nuestra historia, con sus múltiples contradicciones, los ciento treinta años de presencia francesa", escribe el historiador Mohamed Harbi. "Querer restaurar el antiguo orden de las cosas en su pureza original es un mito".

Quienes conocemos la verdad de la limpieza étnica en Bosnia y el siniestro papel desempeñado por los mitólogos y purificadores serbios en la destrucción de su acervo cultural y sustrato histórico no podemos sino aprobar sus palabras. Argelia no es una entidad uniforme: ha sido siempre rica y abigarrada y será la patria de todos sus hijos o se perderá entre jefes de taifa y una interminable guerra civil.

El próximo domingo, día 3 de abril, se publicará el séptimo y último capítulo de Argelia, en el vendaval.

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