Pardillos, sí
Hay que decirlo francamente: los periodistas desconfiamos de la familia Feliu, de su portavoz, y muchas de las vertientes del caso de Olot nos hacen arrugar la nariz. ¿Por qué? No lo sabemos muy bien. Hay, ciertamente, algunos comportamientos de esa familia que no se ajustan al uso, a la reacción hasta la fecha corrientes. Pero, en realidad, lo nuestro es una impresión, un aroma. Y hay que tener mucho cuidado con describir periodísticamente los aromas. Hace unos días, la mujer del que fue juez de La Seu escribía una carta conmovedora a los diarios. Ese hombre estuvo desaparecido durante meses y mientras tanto hubo necesidad de ir anotando la ausencia. A falta de información, con aromas. Cuando lo descubrieron en el fondo de un barranco, víctima de un vulgar accidente, la mujer del juez recordó todas las insinuaciones, algunas claramente ofensivas, que sobre su desaparición se habían escrito. No fue agradable leer esta carta justamente resentida. Ahora, algunos tratamientos informativos de la reaparición de Maña Angels Feliu están siendo víctimas también del aroma. Parece mucho más importante saber cómo pudo cortarse el pelo que aludir a la enorme, a la brutal tragedia que esa mujer ha vivido. Los canallas que la han mantenido secuestrada durante un año y medio aparecen sesgadamente al trasluz de la narración de la historia. La canallada no es noticia: interesa más descifrar en las primeras y torpes palabras de una mujer, presa de todos los síndromes, cualquier contradicción que alimente nuestra tendencia -a veces tan fértil, hay que reconocerlo- a la desconfianza. Pues no: es preferible pasar por pardillos que pasarse de listos. Cuando imagino en qué estado de ánimo esta mujer escuchaba por la radio, en el zulo, las especulaciones de los especialistas, "esto no es un secuestro", se me ponen los pelos de punta. Los pelos periodísticos de punta. Mil veces pardillos, sin duda.
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