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La coalición conservadora muestra su estabilidad en las cantonales francesas

Enric González

El Partido Socialista francés empieza a recuperarse del fenomenal descalabro de 1993, pero la coalición conservadora RPR-UDF mantiene su hegemonía. La tensión social que se adueña estos días de Francia no se reflejó apenas en la primera vuelta de las elecciones cantonales, en las que, según los primeros escrutinios, los gaullistas y centristas del RPR-UDF obtuvieron en tomo a un 44% de los votos, el mismo porcentaje con el que arrasaron en las legislativas del año pasado.

Los socialistas de Michel Rocard subieron ayer hasta el 29%, frente al 20% de las legislativas, lo que les permitió proclamar el inicio de su rehabilitación ante el electorado. La extrema derecha del Frente Nacional se quedó en un 9% y el Partido Comunista alrededor de un 11 %, con un muy pobre 3% para las formaciones ecologistas.Lo más notable de las elecciones cantonales fue, sin duda, la estabilidad del voto de la coalición conservadora. Las numerosas manifestaciones contra la política económica y laboral del Gobierno de Édouard Balladur no tuvieron consecuencias apreciables en el reparto de los votos, lo que parece confirmar el carácter espontáneo y no partidista de las revueltas. La tensión social contribuyó, sin embargo, a elevar la participación hasta el 60%, frente al 50% registrado en las anteriores cantonales de 1988.

Las elecciones cantonales, cuya segunda vuelta se celebrará dentro de una semana y en las que se renuevan la mitad de los consejos regionales, se consideran un barómetro fiel de las tendencias de voto a falta de un año para las decisivas elecciones presidenciales.

La votación de ayer se realizó sobre un gran fondo de manifestaciones. Las protestas callejeras, protagonizadas por los jóvenes y extendidas durante las últimas semanas a todos los rincones del país, han despertado incluso el fantasma de Mayo del 68. Como entonces, se percibe un intenso malestar entre la juventud. La diferencia entre entonces y hoy es que la juventud airada que grita en las calles de Francia no vive en una sociedad próspera y en pleno desarrollo, sino una en plena crisis y con un paro superior al 12%. Toda una generación de estudiantes se encuentra con una alternativa descorazonadora: o el desempleo, o un contrato de remuneración especialmente reducida.

El primer ministro conservador, Édouard Balladur, intentará retomar esta semana la iniciativa política. El Gobierno estudia varias alternativas, entre ellas el lanzamiento de una gran consulta entre los jóvenes de 16 a 25 años, o un encuentro directo y televisado del primer ministro con una delegación amplia de las organizaciones juveniles.

El Contrato de Inserción Profesional (CIP), por el que el Gobierno permite a las empresas emplear a jóvenes sin experiencia con un sueldo inferior al salario mínimo, sigue mientras tanto en el centro del conflicto.

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Balladur se ha mostrado dispuesto a modificar el CIP, pero no a retirarlo. Los jóvenes y, a remolque, los sindicatos, no aceptan otra cosa que la retirada completa, una humillación política muy difícil de asumir por Balladur.

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