Jubilados
Hay por Madrid dos tipos de jubilados y, para distinguirlos, basta fijarse un poco. Uno de ellos es el jubilado de toda la vida, el que se sienta en los bancos de las plazas para tomar el solecito y distraer las horas contemplando el proceloso discurrir de las gentes en general y de las chicas con minifalda en particular. Otro, ese apresurado caballero que no va a ninguna parte.Los apresurados caballeros pueden verse por doquier. Recién salidos de la ducha, afeitados, olorosos a lavandas, impolutos y de saludable aspecto, recorren la Castellana de la punta al cabo o acaso sea la avenida de la Ilustración, tiran Costanilla de los Ángeles arriba, aceleran Rosales abajo, cruzan Goya, remontan Pradillo, y aunque llevan el rictus de quien no llega a una cita con el presidente del Gobierno, es verdad que ni les espera nadie ni se dirigen a lugar alguno.
A estos ciudadanos desocupados, víctimas inocentes de la jubilación anticipada, lo único que les queda es conservar la salud y aguantar el tipo. Y, así, cada mañana salen temprano de casa, ponen cara de dinámico ejecutivo para que el portero y la vecindad no barrunten su pertenencia al colectivo de las clases pasivas, y emprenden largas caminatas Madrid a través con el propósito de mantener activo el cuerpo serrano.
El ministro de Trabajo ha manifestado que el problema de la jubilación es grave. No porque multitud de ciudadanos con capacidad y experiencia estén sin dar golpe cuando podrían ganarse su pan y prestar buen servicio a la sociedad (a los gobernantes eso parece traerles sin cuidado), sino porque encarecen la Seguridad Social. También ha facilitado datos: mientras en 1980 los jubilados estaban una media de 10 años cobrando la pensión (al que hacía 11 se morían, afortunadamente), ahora son unos pelmazos que tardan 18 en desaparecer. No dijo el ministro, sin embargo, que en 1983 esta esperanza de vida (más bien de muerte) dio un salto de 10 a 15 años, pues el propio Gobierno rebajó la edad de jubilación de los 70 a los 65 años, con lo cual quitó de la circulación a miles de profesionales, los sumió en la miseria, llenó el país de jubilados y le metió a la Seguridad Social una carga que acabaría llevándola a la ruina.
El responsable de semejante desaguisado debe ahora rendir cuentas ante quienes jubiló y compensarlos de las depresiones, las estrecheces y el tiempo que han perdido recorriendo Madrid, sin rumbo ni deriva.
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