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México: sorpresa, revulsivo, nueva etapa

La sorpresa ha sido, sin duda, la primera y más, llamativa nota de los acontecimientos mexicanos de Chiapas. Sorpresa generalizada y confesada: con condenas radicales, oblicuas o moderadas, con comprensiones matizadas, ensamblando críticas (violencia armada) y autocríticas (injusticias sociales crónicas), sin excluir malévolas versiones de manipulación o montaje. Sorpresa, en fin, no sólo interna, sino también internacional: la afianzada imagen tradicional mexicana (principio de estabilidad) y la nueva imagen, modernizadora, del presidente Carlos Salinas (Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá) recibían un golpe inesperado. El romanticismo histórico -el nostálgico zapatismo de Tierra y libertad- y la escenografía mediática juegan un papel no pequeño en esta situación.A partir del 1 de enero de 1994, con dos meses transcurridos, la literatura sobre Chiapas se ha proyectado de forma múltiple y, por supuesto, polémica: análisis e interpretaciones, juicios y recomendaciones proliferan ascendentemente. El problema rompe barreras locales (pacificación de una región con seculares atrasos) para nacionalizarse: nadie es -o puede ser- ya ajeno a Chiapas: ni el blanco, ni el indio, ni el ladino, ni el mestizo. La nacionalización simbólica implica, así, una traducción cultural y política, ética y social: replanteamiento de la identidad nacional, valoración de las consecuencias sociales de los cambios económicos, dinamización de una reforma política hasta ahora gradualista, lenta y cuestionada. El 94 de Chiapas es como el 98 español, de la centuria pasada, en sentido figurativo: problema colonial (externo, español; interno, mexicano) que determina un revulsivo, una autocrítica nacional. En este sentido, Chiapas introduce rupturas de esquemas anquilosados, y, también, facilita la búsqueda de innovaciones que restauren la credibilidad democrática. La inmediatez de las elecciones presidenciales, base del sistema político mexicano, agudizará el desafío global -económico, social, político- de este país que se mueve entre la tradición y la modernidad.

Muchas cuestiones se están planteando a raíz de este singular proceso insurgente. Octavio Paz y Carlos Fuentes, Carlos Monsivais y Federico Reyes-Heroles, Porfirio Muñoz Ledo y Jorge Castañeda, Rafael Segovia y Lorenzo Meyer, Enrique Krauze y Francisco Pauli, entre otros intelectuales conocidos, polemizan sobre las causas y naturaleza de este levantamiento inesperado sureño, sobre sus referentes ideológicos y finalismo político, sobre las eventuales conexiones externas, positivizando o negativizando el fenómeno. Visiones confrontadas -Chiapas como realidad y, también, como pretexto legitimador- que, en todo caso, remiten inevitablemente al problema general apuntado: si Chiapas, sorpresa y revulsivo, tendrá o no operatividad instrumental para facilitar un cambio profundo del sistema político y, en consecuencia, de la sociedad civil mexicana. Éste es, a mi juicio, el tema fundamental planteado: simple continuidad (cambio simulado) o renovación (cambio real). ¿Tiene el sistema político capacidad y viabilidad para cambiar sin autodestruirse? ¿Hay voluntad y decisión políticas de hacerlo? Son las dos preguntas, ya clásicas, que surgen en cualquier situación / proceso de transición o cambio: así, en España o Chile, en México o Cuba, por citar países de nuestra comunidad histórica, aunque con características muy diferentes. Si en el caso cubano tengo, por ahora, dudas y mi respuesta sería muy matizada, con respecto a México mí percepción es distinta. Creo que el revulsivo Chiapas está abriendo ventanas, antes sólo entreabiertas, innovando reglas de juego, aflorando nuevos talantes. Es decir, hay claros inicios de voluntad compartida -activación de un consenso Gobierno-oposición- para una democracia avanzada. Tres hechos, no simple conjeturas, adquieren, en este sentido, una relevancia excepcional: la lógica histórica -primero, económica; ahora, política- lleva al cambio.

En primer lugar, la insurgencia es nacionalista y autóctona y, hasta ahora, pragmática: con discurso no foráneo y dentro de coordenadas ideológicas tradicionales (democracia, justicia, igualdad). La bandera mexicana, notoriamente mostrada, es más que un gesto propagandístico: es ya un símbolo integrador y no autoexcluyente: la insurgencia forzada por el consenso no cumplido. Con un dato adicional: el levantamiento se hace después, no antes, de la puesta en práctica del tratado México-EE UU. En segundo lugar, se produce, con celeridad, un acto insólito en la vida política mexicana: prácticamente, todos los partidos políticos principales (entre ellos el PRI, el PRD y el PAN) firman un gran acuerdo nacional "para la paz, la democracia y la justicia". En efecto, el 27 de enero pasado, un independiente, Jorge Carpizo, como presidente del Consejo General del Instituto Federal Electoral y hoy ministro de Gobernación, oficializará este consenso instrumentalizador de una nueva etapa. La transparencia en los procesos electorales, la lucha contra el fraude, la imparcialidad gubernamental, la reducción de gastos de campaña la no exclusión de nadie, son principios consensuados que, si se desarrollan adecuadamente, cambiarán el sistema político. Concienciación y nacionalización, democratización y pacificación se convierten, así, en ejes para conseguir en 1994 un nuevo punto de partida. "El asunto más importante, dice el acuerdo nacional interpartidario, "para el país es el restablecimiento de una paz justa y duradera. Para ello una condición necesaria es que avance la democracia con la realización de una elección imparcial en 1994, que resulte aceptada por los ciudadanos y las fuerzas políticas de México". En tercer lugar, esta voluntad concertada (Gobierno y oposición) ha sido, en gran medida, posible por la actitud dialogante del Gobierno y su reacción ante los sucesos de Chiapas: la opción militar queda descartada y se anuncia inequívocamente que la opción política diálogo-negociación es la elegida. El nombramiento presidencial de Manuel Camacho como comisionado ad hoc hay que entenderlo como un hecho altamente positivo: por la rapidez con que se hizo y por las facultades que el Gobierno le concede.

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Chiapas, sorpresa y revulsivo, si termina bien -con paz digna y justa- será un motor más que hará cambiar México.

Raúl Morodo es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y diputado en el Parlamento Europeo.

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