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El día de los 40.000 besos

El sol anima a los fieles el gran viernes del Cristo de Medinaceli

Ana Alfageme

Manuela pestañeó cuando el sol de mediodía le dio en la cara. Después de siete horas y 40 minutos de cola, de posar los labios agrietados en los pies al Cristo de Medinaceli y de pedirle que, por Dios, puedan sus hijos pagar el piso, sólo pensaba en llegar a Getafe para hacer la comida. Gracias a Dios, a su marido trabajo no le falta en la gasolinera, pero, por si acaso, pidió al Cristo trabajo y paz, y eso, lo de sus dos hijos, que andan asfixiados con los créditos.Hombres con escapularios morados de la Archicofradía de la Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli ponían orden a las espaldas de Manuela en el pasillo central de la iglesia, por el que había entrado el alcalde de Madrid a media mañana y la infanta Elena antes, y por dónde trataba de colarse una mujer de pelo blanco: "Es que estoy muy mala, mire usted, ¿y esas señoras?". Las señoras en cuestión pasaban del brazo de otros señores con escapulario, llamados esclavos.

A la izquierda del Cristo -descendido desde el altar para la ocasión- se repartirían a lo largo del día 50.000 comuniones.. Se dirían 36 misas, pisarían el templo 200.000 pares de pies y besarían la imagen 40.000 labios. Eran las cifras que Manuel Muñoz, el párroco, iba desgranando al tiempo que las señoras le tocaban el hábito franciscano: "Padre, ¿me bendice usted esta medalla?". Y el padre Muñoz abrazaba la cadenita con las dos manos y hacía luego la señal de la cruz.

Fue un día en que la talla del XVII se dejó besar por todos. Por ejemplo, por aquellas tres mujeres que salieron casi a la vez. Dos de ellas iban del brazo, enlutadas y llorando. La otra, rubia, sonriente y enjoyada, dejaba la basílica repartiendo abrazos a los conocidos. Una madrileña de Chamberí, una abuela de 70 años, una doctora jubilada que esperó dos horas para pedir paz en el mundo.

Las otras dos, vecinas de Lavapiés, gimoteaban. Magdalena y Luisa hincaron el espinazo ante la imagen y razones tenían. "Yo lo que quiero es que mi Pedro Manuel", lloraba Magdalena, "tenga salud en el cielo, que se me murió hace seis años, con 24, pero estaba muy bien y es que salió del hospital para el cementerio... ". Y Luisa, más corpulenta: "Yo vengo a pedir por mi hija, que se droga, y por mi hijo, que me lo mataron, y para que mi marido se cure".

El escapulario lo esgrimía en una puerta lateral otra anciana: "¿Y esto para qué me sirve?", se desgañitaba la mujer sácandolo del bolso.

"¿Qué quiere que le diga, y por qué nos morimos un día, señora?, los pases con hora no valen desde las ocho de la mañana", decía el esclavo que guardaba la cola rápida, la de pases con hora, unos papelitos de colores que se habían podido recoger a lo largo de la semana y que, llegado el día, no sirvieron para nada. Así que la mujer, muy enfadada, bajó por la calle de Cervantes hacia el final del cordón de fieles, allá en la Galería del Prado.

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La cola lenta, sin pase, llegaba hasta Atocha, con muchas cabezas femeninas, rumiando promesas: yo, que no les falte trabajo a los míos y que el hijo que tengo en América no se tuerza; yo, que mis dos hijos en paro encuentren algo; hay que ver, este año hay más gente que nunca; es el sol, el año pasado hacía frío; y la crisis, se nota.

Hacia el final, una joven avanzaba de rodillas y en reconcentrado silencio. "¿Por qué vas así?", le preguntó la periodista. La chica sólo miró. La mujer que guardaba cola delante suyo se volvió y espetó: "Por qué va a ser, habrá hecho una promesa muy importante".

"Los que venimos, es que nos ha servido; no sé, te quedas a gusto contigo inisina", decía Pilar, 32 años, con su bebé en brazos, bajando Atocha.

"Hoy es el día que pides tres cosas y te conceden una", comentaba una mujer morena con las cejas depiladísimas.

"Pues yo voy a pedir trabajo, trabajo y trabajo", dijo, muy convencido, el muchacho de gafas oscuras.

Pilar ha entrado en la iglesia de todas las maneras. Con barriga más o menos prominente, haciendo novenas, en viernes o en miércoles. Hasta ha hecho la cola de rodillas y con el bebé a la espalda, eso durante tres meses, hasta que no podía con él.

El muchacho que pedirá trabajo escucha. Él tiene 19 años, vino de Zamora para ser topógrafo y lleva cinco meses parado. Después de la oficina del Inem, de pasar por todas las obras de Madrid, le queda el Cristo.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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