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Conozca sus vecinos

Las medias naranjas se complacen en divulgar sus pequeñas miserias y sus más reconditas intimidades

Ningún ciudadano normalmente constituido se podría escandalizar de que otros ciudadanos no se duchen, o de que toqueteen a su santa esposa junto al fogón, o de que una mujer reclame el débito conyugal cada trimestre que pasa ayuna, o de que otro dilecto esposo tenga el gusto de poner a la señora mirando a Portugal, o de que un vicio doméstico consista en hurgarse la nariz. A fin de cuentas, polvo somos, cada quien lleva lo suyo y a lo mejor uno tiene manías de peor ver. Lo que extraña, sin embargo, es que esos ciudadanos, vecinos de cualquier patio, se complazcan en divulgar a los cuatro vientos sus pequeñas miserias y sus más recónditas intimidades.No las pregonan en el vacío, sin embargo, porque una muchedumbre está pendiente de sus revelaciones. Lo cual no es nada nuevo, desde luego. Toda la vida de Dios hubo cotilleos y lo que ha cambiado es el método y su alcance. Antes el cotilla espiaba a los viandantes a través de la celosía o escudriñaba alcobas por el ojo de la cerradura, mientras ahora le basta con encender la televisión entrada la tarde, conectar Tele 5 y esperar a que empiece ese proceloso espacio cara al público llamado Su media naranja.

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Las medias naranjas comparecen atildadas y complacidas, el presentador les hace preguntas pariguales o convergentes con la salvedad de que una mitad de la naranja no sabe lo que se le pregunta a la otra, y es lógico que luego, en la confrontación de las respectivas respuestas, haya sorpresas. Así, un marido cree que su esposa se siente la reina de Saba cuando él la da fiesta, y la realidad es que ella lo consideraría más hombre -quizá quería decir más persona- si le tuviera cierta afición a la ducha.

Uno reconoce que su vicio es arrancarse los pelillos de la siesa trasera, otro aporta rica casuística sobre su irresistible gracejo en las reuniones sociales, aquella se muestra orgullosa de los achares que provoca, aquel del zangoloteo que se traen los pechitos de su cónyuge, ésta define a su hombre como un atleta sexual y el hombre definido la da toda la razón por vez primera en la tarde, éste denuncia la frustración de su mujer cuando supo que no era rico, y así, entre anécdota e historieta, van pasando ante los enfrascados espectadores sustanciosos retazos de la vida real.

Son retazos inconexos, desde luego, pero valen para reconstruir biografías. Quizá éste sea el atractivo principal de Su media naranja, un programa que concita, cada día al caer la tarde, la atención de cerca de tres millones de espectadores, lo que casi equivale a la décima parte de la población española consciente.

El amor y el desamor es la primera cuestión que el espectador biógrafo se plantea. Algunas de las revelaciones no se harían (o no las aguantaría ningún cónyuge) si no les mantuviera unidos un amor profundo; otras son de tal naturaleza que sólo se entienden si las impulsa la liberación de un odio largo tiempo contenido. Quizá hay mucho afán de protagonismo, o sentido del humor, o cariño, o ingenuidad en las motivaciones de estas parejas que acuden a la televisión y se ponen a contar secretos de alcoba, aunque también podría ser mucha sed de venganza.

Calibrados los amores, el espectador biógrafo pondera el desparpajo de los concursantes, su nivel cultural y posición social, edad, belleza y poder. De manera que, terminada la sesión, tiene perfilada la personalidad de cada uno y está en disposición de reconstruir su historia, desde que nació hasta el día de la fecha.

La identificación con los personajes también cuenta, y a algunos se les llega a tomar cariño o acaso antipatía. Seguramente el juicio resulta equivocado, porque ya lo dijo el sabio Salomón una noche de copas: las apariencias engañan. Mas la vida es así de contradictoria.

Hubo antiguamente un espacio radiofónico que se llama ba Conozca a sus vecinos. Con sistía en que los vecinos (con más frecuencia vecinas) telefoneaban a la radio y cantaban. El éxito del programa no era por el canto -generalmente destemplado y estridente-, sino por las variopintas personalidades que dejaba trascender. Cantaba la vecina: "¡Sombrero en mano entró en Españaaa ... !" y deducía de ahí el oyente su edad y condición.

Igual que en el tiempo presente, a fin de cuentas, y eso que al cotilleo radiofónico le faltaban datos. Si entonces una vecina cantante llega a revelar que su marido va y la da por bullarengue, tal como explicó una señora al presentador de Su media naranja -y, de paso, a tres millones de espectadores-, la sacan hasta el número de la cartilla de racionamiento.

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