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Un partido bonapartistqa

Antonio Elorza

La cascada de noticias relativas a la fase preliminar del 330 Congreso del PSOE confirma la impresión inicial: el contenido político de la renovación anunciada consiste en la atribución a Felipe González de plenos poderes para que configure a su gusto la dirección y, por consiguiente, la política del partido. Si es que le queda entonces a éste alguna política por hacer. González seleccionará a sus compañeros de dirección, fijando sus atribuciones, las cuotas de poder entre las corrientes, e incluso las de supervivencia para los malos de la película.Al trazar este camino, las tendencias oligárquicas que desde hace tiempo marcaran la evolución de los partidos políticos, según la estimación clásica de Roberto Michels, abocan a una clara personalización del poder, concentrado en un líder que ejerce facultades omnímodas sobre la organización. En el límite, el propio congreso se limita a ser un ritual destinado a la propaganda, puesto que todas sus grandes decisiones están ya previamente adoptadas. En este contexto, González adopta de antemano la posición mayestática, recibiendo de antemano a los responsables de región tras sus respectivos congresos. Toda comunicación política intrapartidaria debe necesariamente pasar por él.

Así, si antes el peligro era moverse para no salir en la foto, ahora consiste en expresar públicamente proposiciones que no sean un simple desarrollo de las directrices marcadas por González. De ahí que, con la excepción quizá de Leguina, los dirigentes del PSOE compitan sólo en el plano personal y en las profesiones de docilidad, mientras se dilucida la cuestión siempre apasionante del guerrismo. Una vez despejada la incógnita del porcentaje de delegados que avalará la presentación de la cabeza del Bautista sobre la mesa del jefe (el cual puede incluso ordenar que se la pongan de nuevo sobre el cuello), nada queda por discutir. Un buen ejemplo para los observadores ha venido de las sucesivas declaraciones de Barrionuevo y Barranco al telediario de Altares tras la batalla de Madrid. Contenido político tras la confrontación de personas y etiquetas: cero.

El cauce precongresual no podía ser otro tras declarar Felipe González que rechazaría la jefatura del partido de no obtener un cheque en blanco para decidir los componentes de su centro de dirección. A partir de ese momento, toda iniciativa de alcance general contraviene esos plenos poderes y de paso se convierte en agresión al partido. La única relación válida tiene lugar entre el conjunto de éste (el nosotros que preside la ponencia marco) y él, con mayúscula. Una vez constatado el repliegue guerrista, no será la minoritaria Izquierda Socialista la que perturbe esa articulación: incluso puede recibir ofertas simbólicas para reforzar la impresión de pluralismo.

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Siguiendo siempre las huellas de Michels, la relación política resultante puede ser definida como bonapartismo: el líder legitima su preeminencia indiscutible por el respaldo de la voluntad de todo el partido, el citado nosotros, eliminando cualquier otra mediación. La ejecutiva no será entonces el vector-suma de una conjugación de voluntades expresadas democráticamente dentro del partido, sino el producto de un criterio personal. De hecho, en el congreso será Felipe González el único elegido. Para los demás, la asamblea ratificará los cargos por consenso, es decir,por aclamación. Y oponerse a González es hacerlo al partido.

De ahí que sea lógico el re curso a un curioso valor, de escasa tradición en la historia de la izquierda: la lealtad. Si bien en este caso se define en relación al partido, el término evoca un tipo de fidelidad al poder ya constituido, personal o institucional, más cercano al mundo medieval que a un planteamiento democrático moderno. El historiador Georges Duby asocia lealtad y alto nacimiento, situando la definición del vocablo en el campo de las canciones de gesta. Es una virtud caballeresca, opuesta a la felonía, que informa la participación en la hueste del señor. Más adelante, su objeto varía, como en la lealtad a la corona de que habla García Pelayo, pero el sentido desde el sujeto se mantiene. Es una revisión nada gratuita: en la ponencia marco, lealtad se contrapone a debate abierto "entre fracciones distintas y estables", de tipo parlamentario, en el partido. Implica la prioridad del seguimiento fiel y sobre la discusión de fondo. Parece, pues, que el PSOE surgido del 33º Congreso tendrá como tarea esencial actuar como una eficaz correa de transmisión. "El partido debe apoyar al Gobierno y ser instrumento de explicación ante la sociedad de su acción", define la ponencia marco. El PSOE tiende así a convertirse en una gran oficina de información pública que difunde la justificación de las grandes decisiones del Gobierno. En realidad, no podía ser de otro modo, porque en su enlace con el Gobierno -"constituyen dos caras del mismo proyecto"-, la posición del partido es estrictamente subordinada. El Gobierno actúa de forma independiente; luego al partido sólo le cabe secundar esa acción. La función ideal de los partidos como agentes de elaboración política queda anulada. En vez del intelectual colectivo, tenemos delante el partido-altavoz. Con lo cual, la medievalizante lealtad a que hicimos referencia adquiere un sentido muy concreto de ordenación disciplinada, respecto del partido y, lo que es lo mismo, de su líder. El partido debe ,,actuar como intermediario entre la sociedad y el Gobierno", apunta la ponencia. Pero de inmediato se evita toda tentación de autonomía, puesto que dicha mediación es unidireccional: consiste en "explicar la acción de éste [del Gobierno] y la coherencia de sus objetivos y prioridades".

Así las cosas, mal podían los redactores de la ponencia lanzar propuesta alguna que rozara con la política del Gobierno de González. Sucede, sin embargo, que este despliegue de prudencia política hace inevitables olvidos de bulto en el diseño del proyecto presentado a los militantes. Por ejemplo, la ponencia se cuida de diseñar la filosofía de la reforma laboral que se veía venir, y de encajarla en un enfoque que se autodenomina socialdemócrata. Ya se sabe que elecciones y congresos marcan tiempos en que nuestros dirigentes socialistas dejan en el armario la corbata y se enfundan con gusto las prendas que más encajan con su adhesión a la causa de los trabajadores. Prendas de vestido e ideológicas. Pero tanto progresismo formal no borra la cautela, de modo que los ponentes soslayan toda referencia analítica a los orígenes y desarrollo de la crisis económica que afecta a España. Curiosa socialdemocracia que nada tiene que decir sobre las características y estrangulamientos de la organización capitalista del propio país: para la ponencia todos los problemas vienen de fuera. La explicación es que en este campo no hay política alguna por diseñar y sólo se trata de arropar ideológicamente al Gobierno. Las generalizaciones sobre los grandes cambios en el mundo de hoy, las declaraciones de progresismo y de apoyo a la ecología, la contraposición entre racionalismo y nacionalismo, sirven a este fin, sin obligar a nada.

Estamos ante un discurso perfectista: el análisis de los problemas reales resulta sustituido por la invocación reiterada de una mejor actuación de los socialistas para resolverlos. Y no es que, según los ponentes, sean cortos los títulos para ello. En una asombrosa valoración, nos cuentan que al llegar el PSOE al poder, en 1982, la situación española se caracterizaba por cinco notas: "Autoritarismo, intolerancia política, aislamiento, atraso económico y segmentación social". De modo que nos sacaron del franquismo y poco menos que de la edad de piedra. Implantaron "un auténtico sistema de solidaridad", han hecho crecer pensiones, prestaciones de desempleo, una economía "abierta e interdependiente". Buen ejemplo de puesta en marcha anticipada del altavoz político. De manera que no resulta preciso llenar de contenidos concretos el "impulso democrático", la gran promesa. Incluso la ponencia huye de las palabras que queman: corrupción es sustituida por fraude, que recuerda menos cosas. Todo es "perfeccionamiento" y "profundización", salvo cuando existe una iniciativa ya perfilada del Gobierno; entonces cabe descender a tierra. No hay mucho espacio para la elaboración política en un partido cuyo "impulso democrático" arranca implícitamente del postulado de que su jefe no se equivoca.

es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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