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NOCHEVIEJA EN EL CIELO

Doce campanadas a las seis de la tarde

Los viajeros del vuelo 6250, Nueva York-Madrid, celebraron sin pasión la noche sobre el Atlántico

El avión DC-10 de Iberia despegó de Nueva York con destino a Madrid a las 18.30, hora local, del último día de 1993. "Pasaremos los últimos minutos del año en el aeropuerto John F. Kennedy", comentaban los turistas españoles. "Las seis de la tarde en Nueva York equivalen a las doce de la noche en España", razonaban. Un cálculo con el que no estaban de acuerdo sus compañeros de viaje estadounidenses. "El 93 lo despediremos sobre el Atlántico, seis horas más tarde de lo que afirman los españoles, a las doce de la noche hora de Nueva York", comentaban con rotundidad los norteamericanos."Ni lo uno ni lo otro. Las campanadas que anuncien la llegada del Año Nuevo sonarán a las nueve de la noche hora de Nueva York, tres de la madrugada hora española", explicaba antes de embarcar Tauba Pasik, una rumana que lleva 40 años viviendo en Estados Unidos.

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Tauba y su marido, Pedro, dos científicos expertos en neurología, habían llegado a esa conclusión tras cálculos que tenían en cuenta la diferencia horaria y el desplazamiento del avión. Su propuesta, cargada de racionalismo, no contaba, sin embargo, con más adeptos que ellos mismos.

La discusión entre españoles y estadounidenses se saldó con un empate. A las seis de la tarde, hora de Nueva York, minutos antes de que los 76 pasajeros del vuelo 6250 se dispusieran a embarcar, una voz metálica anunciaba por megafonía y en español la llegada del 94. La noticia fue acogida con poco entusiasmo; el nuevo año español fue recibido con unos pocos aplausos descoordinados. Seis horas más tarde, ya en pleno vuelo, llegaría la segunda bienvenida al nuevo año, que todavía fue más desastrosa que la primera. Cuando el micrófono del avión declaró la llegada del 94 americano no hubo ni besos ni aplausos, simplemente silencio. Muchos estadounidenses ni se enteraron del anuncio. "¡Como para enterarnos! La auxiliar de vuelo que ha dado la noticia en inglés tiene una pronunciación...", justificaba Evelyn.

Los que se imaginaban que pasar la Nochevieja a bordo de un vuelo transatlántico sería, cuando menos, algo lleno de glamour y exotismo, se equivocaron. De no haber sido por la copa de champaña que se sirvió después de la cena, el viaje habría sido idéntico al de un día normal. "Yo, la verdad es que no esperaba nada especial. Además, mi mujer y yo nunca hemos celebrado mucho la Nochevieja", comentaba Almon R. Roth, uno de los 25 jubilados estadounidenses que viajaba con destino a Canarias en un viaje organizado.

"Yo sí pensaba que iba a haber algo más de jolgorio; imaginaba que a lo mejor nos darían uvas o una cena especial", se lamentaba Olga, una madrileña de 29 años, que lleva siete viviendo en Filadelfia y que se encontraba a bordo del vuelo por puro accidente. "De hecho, mi intención era evitar a toda costa pasar la Nochevieja en un avión", aseguraba. Olga venía de un congreso de filólogos en Toronto (Canadá). Su plan era hacerse el maratón Toronto-Filadelfia, Filadelfia-Nueva York, Nueva York-Madrid el día 30 con tal de poder pasar la noche del 31 en compañía de su familia. "En el aeropuerto de Filadelfia anunciaron que el vuelo a Nueva York saldría con retraso. Un amigo se había acercado al aeropuerto a despedirme, así que nos fuimos a tomar algo. Se nos fue el santo al cielo, perdí la noción del tiempo y, por tanto, el avión", explicaba más contenta que unas castañuelas. "Fue una suerte no coger ese vuelo. Llevaba dos años tonteando con ese chico, y ayer, por fin, llegamos a algo. Aunque me esté tocando chuparme la Nochevieja en un avión, valió la pena".

"Por un lado, da pena pasar un día como hoy aquí, pero, por otro lado, yo me siento feliz, porque al estar en el cielo voy a estar más cerca de Dios", comentaba Luisa Gaspar mientras se santiguaba durante el despegue. Luisa, una gallega que emigró a Estados Unidos hace 26 años, iba camino de Villagarcía, su pueblo natal. Pasará unas semanas con la familia.

"Cuando fui a una agencia de viajes a sacar el billete de vuelta me ofrecieron uno para el día 31 de diciembre, y como a mí me daba igual un día que otro, pues lo cogí", explicaba el cacereño Victorio Fuentes. "De todas maneras, no me importa estar pasando la Nochevieja en un avión, el bullicio no me va nada de nada". El resto del pasaje seguramente pensaba del mismo modo. Sólo así se explica que la despedida del 93 a bordo del vuelo 6250 fuera tan anodina. Ya lo sabe: si es usted de los que aborrece el confeti, los matasuegras, las uvas y el resto de la parafernalia de la Nochevieja, pase el próximo fin de año a bordo de un vuelo transatlántico.

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