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Tribuna
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El teléfono

Cuando pusieron el teléfono, todo el pueblo se reunió en la taberna lo mismo que cuando fue instalada la primera televisión. Los hombres se sentaron delante, frente a la pared en la que anidaba, y las mujeres, detrás; al revés que en la iglesia durante la misa del domingo.Pero nadie conocía las reacciones imprevisibles de aquel artefacto desconocido y era mejor protegerse detrás de los hombres. Aquella tarde pasó toda entera sin que nadie le quitara la vista de encima y sin que nadie llegara tampoco a descubrir en qué consistía el entretenimiento, como no fuera el vago temor que les producía. Pero aquel invento no parecía dejarse intimidar por las miradas de los desconocidos. Si alguien había esperado oírle sonar de puro nerviosismo, se equivocaba. Al contrario, cuanto más se le miraba más daba la impresión de encerrarse en un hosco mutismo.

Así pasaron algunos días, hasta que por fin aquel cacharro se puso a sonar con un destemplado y amenazante graznido sin que nadie se atreviera a responder. Alguien había contado que Agapito, del pueblo vecino, había muerto después de descolgar el teléfono, pero antes de expirar tuvo tiempo de contar lo sucedido: "Es como la oreja de Dios, en él se pueden oír todas las conversaciones de la tierra". Si era así no costaba mucho imaginar lo difícil que debía ser sobrevivir a la experiencia.

Quedaron convencidos de que el progreso consistía en eso: la muerte les iría llamando uno a uno, por teléfono, sin necesidad de recurrir a su disfraz campesino para conseguir su cosecha de hombres con su tétrica guadaña. Pasó el tiempo y todo el mundo comenzó a sentirse de nuevo seguro porque el teléfono no había vuelto a llamar a nadie.

Se hicieron teorías.. Se dijo que el peligro de descolgar se producía si el teléfono te llamaba por tu nombre, pero que si daba el nombre de otro tú no corrías peligro. Así que llegó a utilizarse como un juego de ruleta rusa. El entretenimiento también tenla otra variante. Cuando algún viajero se detenía para llamar, todo el mundo se agrupaba alrededor para escuchar la conversación, produciendo el comprensible desconcierto del interfecto.

Nos gustaban las conversaciones de la maestra que, aun sin entender lo que decía porque hablaba en un susurro, dejaba caer las palabras sobre el aparato como azucarillos. Ahora los he visto juntos en Moda Shopping como una bandada de pajarracos disecados y pienso en los infaustos mensajes que habrán transmitido a los hombres. Siento aprensión al ver reunidos a estos pájaros agoreros. Suena el teléfono.

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