La asistenta
Nadie como la asistenta para saber quiénes somos. Y sin embargo no se les pregunta cuando alguien emprende una maniobra de aproximación. Así llegan luego los disgustos.Los presuntos amigos que merodean por la vida del prójimo juntan cuatro datos y ya está: construyen la teoría de guardia. "Su mujer le sisa". "Su suegro le ha desheredado". "El hijo mayor le toma el pelo". O bien "parece muy 'ordenado y la cena que me dio estaba riquísima". Y así no hay quien acierte, porque falta verdadera investigación; y en la gran ciudad está chupado, hoy en día, dar el pego. Con la comida precocinada, por ejemplo.
No se trata de que las asistentas -tal vez también existen asistentes- se metan por su cuenta en la vida de los demás; es que las obligamos con tanto descuido, qué remedio tienen. Lavan la ropa de la familia numerosa, limpian las sábanas de la traductora de danés, atienden las llamadas en el piso del oficinista solitario y encuentran sus preservativos escondidos en el libro de cabecera. Y si quieren los cuentan, para averiguar si hoy falta alguno.
Sólo la asistenta acumula información suficiente para hablar de uno con certeza. Conoce las pequeñas miserias. Tropieza con las cartas inacabadas y los versos arrugados. Y halla en la basura las fotos rotas que la parte arrendataria envió al olvido.
Ella es la única que puede toparse con el extracto de la cuenta y cruzar los datos. Que nadie más presuma.
Ahora cada vez trabajan mayor número de asistentas en días alternos. Si se tratase de opinar sobre lo que concierne a su cliente, éstas serían las más cualificadas. Porque al final siempre resulta difícil recordar si la asistenta viene los martes y jueves o los miércoles y sábados, porque la última vez avisó de que cambiaba al viernes en lugar del lunes. Por eso tiene llave, porque como es imprevisible a lo mejor no hay nadie. Así que, cuando menos se espera, uno se retrasa en abrir la puerta y ella aparece y pilla al matrimonio en pleno lanzamiento de discos, a la joven con el novio en casa o al soltero pertinaz cubriendo apresuradamente a su chica con una toalla sin conseguirlo del todo.
Son éstas casualidades que nunca conocerán los compañeros o los conocidos, y mucho menos los presuntos amigos que sientan cátedra biográfica.
Así que las asistentas van amontonando sufrimientos lejanos, euforias ajenas, para guardarlas con su bolsa del bocadillo. Pero no nos importa que lo sepan todo. No hay peligro para la intimidad cuando se la entregamos solamente a un extraño.
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