_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una herencia

Durante mucho tiempo lo mejor de Italia estuvo en él. En il grande, il bravo partito comunista di Gramsci, Togliatti, Longo e Berlinguer, que cantaban. Además, cuando la palabra cultura no designaba todavía cualquier Jast food del espíritu o no se había puesto todavía de moda hablar, un suponer, de la cultura balompédica, en Italia podía hablarse sin rebozo, con bastante exactitud sociológica, con admiración política e intelectual, de la cultura del PCI.El PCI, en cuanto acrónimo, terminó sus días de una manera inolvidable. Un bel morire ... : ahí estaba, efectivamente, Enrico Berlinguer muriéndose sobre un atril mitinero para que pocos días después su partido obtuviera el último y mejor resultado de su historia ejerciendo en las elecciones europeas el anhelado -y tan temido- sorpasso.

Durante 40 años la presunta supervivencia de la República Italiana se atuvo a una ley no escrita, pero implacable: la inmensa penetración social del PCI no podía traducirse en actos de gobierno, más allá de su hegemonía en algunas juntas regionales y en gran cantidad de municipios. Esa ley no escrita es responsable, en buena parte, de la catástrofe moral de Italia, pero nunca fue suficiente para hacer desaparecer la cultura del PCI del nervio profundo de Italia.

Los resultados electorales del pasado fin de semana prueban que esa cultura sigue viva y que la herencia del mayor partido comunista de Europa Occidental vuelve a vertebrar, como ayer, lo mejor de Italia. Allí el comunismo no dejó quemada la tierra ni la esperanza. Bien al contrario: su legado es hoy, paradójicamente, una de las más firmes condiciones de supervivencia de una república volteada por la náusea neofascista y el programa -el progrom- de la insolidaridad nacionalista.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_