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Una herencia

Durante mucho tiempo lo mejor de Italia estuvo en él. En il grande, il bravo partito comunista di Gramsci, Togliatti, Longo e Berlinguer, que cantaban. Además, cuando la palabra cultura no designaba todavía cualquier Jast food del espíritu o no se había puesto todavía de moda hablar, un suponer, de la cultura balompédica, en Italia podía hablarse sin rebozo, con bastante exactitud sociológica, con admiración política e intelectual, de la cultura del PCI.El PCI, en cuanto acrónimo, terminó sus días de una manera inolvidable. Un bel morire ... : ahí estaba, efectivamente, Enrico Berlinguer muriéndose sobre un atril mitinero para que pocos días después su partido obtuviera el último y mejor resultado de su historia ejerciendo en las elecciones europeas el anhelado -y tan temido- sorpasso.

Durante 40 años la presunta supervivencia de la República Italiana se atuvo a una ley no escrita, pero implacable: la inmensa penetración social del PCI no podía traducirse en actos de gobierno, más allá de su hegemonía en algunas juntas regionales y en gran cantidad de municipios. Esa ley no escrita es responsable, en buena parte, de la catástrofe moral de Italia, pero nunca fue suficiente para hacer desaparecer la cultura del PCI del nervio profundo de Italia.

Los resultados electorales del pasado fin de semana prueban que esa cultura sigue viva y que la herencia del mayor partido comunista de Europa Occidental vuelve a vertebrar, como ayer, lo mejor de Italia. Allí el comunismo no dejó quemada la tierra ni la esperanza. Bien al contrario: su legado es hoy, paradójicamente, una de las más firmes condiciones de supervivencia de una república volteada por la náusea neofascista y el programa -el progrom- de la insolidaridad nacionalista.

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