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El mito ha sobrevivido a Dallas

30 años después de su asesinato, J. F. Kennedy aún emociona a sus compatriotas

Antonio Caño

Cuenta Christopher Hitchens en el último número de Vanity Fair que en alguna rara entrevista invitaron a Zhou Enlai a imaginar qué hubiera cambiado en el mundo si en lugar de matar a John Fitzgerald Kennedy hubieran asesinado a Nikita Jruschov. El ortodoxo dirigente comunista chino, que debía de valorar bastante poco la importancia de los individuos en el desarrollo en la historia, comentó: "Bueno, supongo que Aristóteles Onassis se habría casado con la señora Jruschov".Con el paso de los años se ha comprobado que si la puntería de Lee Harvey Oswald hubiera fallado en el mediodía de aquel 22 de noviembre de 1963, habría cambiado al menos otra cosa- los beneficios de editoriales, productoras cinematográficas y canales de televisión que, a los treinta años de aquel acontecimiento, han vuelto a descubrir que John F. Kennedy sigue siendo uno de los temas más apasionantes que jamás se han registrado en la historia norteamericana.

La televisión ha emitido estos días imágenes suficientes para llenar 24 horas consecutivas de programación sobre Kennedy. Doce nuevos libros (entre los que destacan Proffle of power, Reckless youth, A question of character y Case closed) cubren todos los aspectos imaginables sobre el personaje. Camisetas, chapas, fotografías, todo tipo de artilugio con el atractivo rostro del ex presidente, completan lo que puede considerarse una verdadera ola de kennedymanía.

El nuevo material bibliográfico y televisivo trata de descubrir los errores de la gestión de Kennedy y los aspectos más oscuros de su agitada vida. El John F. Kennedy que los norteamericanos han conocido en este aniversario es un mujeriego compulsivo, un adicto a los sedantes, un hombre sin ideología y falto de sensibilidad social, un presidente inexperto, un ambicioso sin escrúpulos que se entendió con la Mafia y utilizó a su j . oven, y adorable esposa.

Lo más llamativo del culto a Kennedy es que da igual lo que escuchen los norteamericanos. Da igual que se demuestre que Kennedy fue vapuleado en su primera cumbre con el máximo dirigente de la Unión Soviética o que maldecía a los dirigentes negros que defendieron sus derechos en los violentos enfrentamientos de Alabama. El mito es inmortal. Un primer plano en el que el viento agita el inconfundible flequillo del presidente en una jornada de vela es todavía suficiente para perdonarlo todo.

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