Cómicos
Drogadicto de Paco Rabal, no me pierdo las dos telecomedias semanales en las que participa, como no me pierdo las interpretaciones de ese muestrario de exquisitos monstruos que constituyen los actores que encabeza Fernán-Gómez en otra telecomedia. Yo no sé por qué los señores obispos se han metido con Farmacia de guardia, producto dignísimo, o con las chicas presentadoras de programas supuestamente dirigidos a niños y adolescentes, a los que ayudan a crecer en la esperanza estadística de la socialización de la belleza en relación con la libido. Por cierto, los señores obispos han resaltado el hecho de que las presentadoras están de ataque cardiaco episcopal, pero nada han dicho de esos presentadores que también están muy, pero que muy bien. No. No se acaban de poner al día, y siguen instalados en la sospecha obligatoria de que todo el monte es orégano y todo el mundo Polonia.Pero de otros cómicos quería hablar. De los cómicos que en su día glosó Bardem y que hoy los cineastas españoles han homenajeado en esa persona llena de personajes que se llama Paco Rabal, al que recuerdo galán y jinete en una fotografía instalada en un establecimiento de Águilas, en el verano de 1956, y al que ahora veo como un espléndido árbol lleno de anillos concéntricos ilimitables, que crece y crece como la experiencia de la que el actor saca su colección completa de máscaras y paradojas.
El galán malévolo de Viridiana es ahora un actorazo de carácter, como se les llamaba antes, pero en grado tan sumo que da carácter a cuanto interpreta, y carácter viene del latín character: hierro de marcar, figura, carácter, y a su vez venía del griego kharaksso: grabar. Un actor como Rabal convierte sus interpretaciones en grabados para la memoria del receptor. Algo parecido a la inmortalidad.
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