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"EI público coireaba "fuego, fuego..." como un cántico", dice un camarero de Alcalá 20

Jan Martínez Ahrens

Dos tragedias convergieron ayer en el juicio por el incendio de la discoteca Alcalá 20. Fueron los testimonios de Mario Tato, el camarero que trató de apagar el fuego con una manguera sin agua, y el de Román Alcón, el conserje que vio caer a su hija desde el sexto piso al huir del humo. Ambos relatos dejaron de lado las cuestiones técnicas. El amarero recordó cómo el público de la pista, ante las primeras chispas, coreó las palabras "fue go, fuego..." como "un cántico". El conserje afirmó que aún no ha recibido la condolencia de nadie. Ambas declaraciones, como un fogonazo, condujeron hasta la noche del 17 de diciembre de 1983 en la que 81 personas murieron en una ratonera. "Esto es muy duro, cuando oí al camarero decir que pisó cadáveres y cabezas para salir, pensé que quien estaba debajo era mi hijo", manifestó la madre de un fallecido. El primero en declarar fue Mario Tato, un hombre maduro, que trabajó durante años como camarero en la sala. La noche del incendio estaba en la barra derecha del sótano, cuando el jefe de servicio Antonio Andrés Jiménez le pidió un cubo de agua para sofocar un fuego. Al ver que las llamas "iban a más" se dirigió a por la manguera.

"Rápido, enganchad las gomas", gritó a los otros camareros. Subió por la rampa de los artistas en dirección a las cortinas del escenario. En la chácena volvió a dar voces: "¡Abrid las llaves!". Como contestación, en vez de un chorro se encontró con un hilo de agua. "¡Me cago en todo!, profirió.

"Entonces oí un ruido como de serrar madera. Las luces se apagaron y de la humareda llegó un calor terrorífico. Tiré adelante en estampida", narró Tato.

Después su memoria se oscureció.

Al final del testimonio, el camarero, bajo la mirada de los magistrados, retornó su narración hasta el momento en que subía al escenario con la manguera: "El público de la pista decía "fuego, fuego...' [alegremente] como en un cántico".

No menos trágica fue la declaración de Román Alcón Pintado, de 62 años, el conserje del inmueble -un edificio de oficinas- en el que estaba ubicada la discoteca. Alcón vivía en el sexto piso con su esposa y tres hijas. Sobre las 4.45, en la cama, notó "algo raro, algo que olía".

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Se levantó. Las luces no se encendían. Al abrir la puerta de la escalera advirtió una humareda que le llevó a pensar que el edificio ardía. Rápidamente despertó a su esposa y a las hijas. Se sintieron atrapados. "Fuimos a la terraza. Había mucho humo y decidimos saltar a la azotea del edificio colindante, que es más bajo", contó Alcón Pintado. El salto implicaba descolgarse desde dos metros y medio de altura y sortear un vacío de 30 centímetros. Pasaron la esposa y las dos hijas mayores. La pequeña, María José, a la sazón de 19 años, se quedó la última. "Era la más fuerte y no quiso pasar antes que su madre y hermanas", comentó su padre. "Cuando regresé para ayudarla, ella estaba envenenada". Trató de descender. Me rozó las manos y cayó ... si llego unos segundos antes!", exclamaba ayer apesadumbrado.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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