A vueltas con el caudillo Heidegger
Si, según Hegel, la filosofía consiste en saber lo que se dice, hipócrita será entonces dolerse por un lado de la pérdida de influencia sociopolítica del quehacer filosófico y ofrecer a Ja vez una palmaria demostración de antifilosofía al decir lo que no se sabe. El señor Vargas Llosa, en su artículo de EL PAÍS de 5 de septiembre, arremete contra la figura de Heidegger a base de repetir un libro (el de Hugo Ott) traducido, recensionado y parafraseado hasta la saciedad. Séame permitido enseñarle al señor Vargas Llosa cuatro cosas que cualquier estudiante español de Filosofía (y cualquier interesado, sin más) está ya en disposición de saber:
1. En el curso de 1934-1935, Heidegger habla expresamente -y dentro de la Alemania nazi- del "pantano mefítico" del biologicismo.
2. En el curso de 1935 (la famosa Introducción a la metafísica, traducida al español ya en 1955) tilda al nacionalsocialismo de conjunción entre la técnica moderna y la metafísica del sujeto (las dos bêtes noires de la modernidad, para Heidegger), a la vez que se deslinda netamente de toda doctrina racista; en el de 1942-1943 (Parménides; traducido ya al francés) se critica explícitamente la coyunda de la política de dominación e Imperium y la Iglesia católica alemana, advirtiendo que sacerdotes de esta confesión estaban identificando sacrílegamente al Führer con un nuevo Mesías.
3. Y ya antes, en 1938, la conferencia friburguesa que hoy conocemos como La época de la imagen del mundo (traducida dentro de Sendas Perdidas, ya en 1960, así que no hablamos de cosas esotéricas ni inaccesibles para cualquier lector imparcial) había identificado Heidegger de tal modo el nazismo con el auge tecnocientífico y la sed de poder que el órgano oficial Der Allemanne tildó la conferencia -que no pudo publicarse hasta la caída del régimen- de nihilista y decadente.
4. En el mismo número y página de la revista aludida se celebra la creación de un Instituto de Ciencias Químicas dirigido por el mismo Hermann Staudinger, que en vano denostara otrora Heidegger y cuya triste suerte deplora -sin saber de quién se trata, claro- el señor Vargas Llosa. Este tal Staudinger era el encargado de poner el saber científico al servicio de la industria de guerra alemana y sus derivaciones en los campos de exterminio. El mismo científico que, oportunamente pasado al campo vencedor tras la guerra, acabaría recibiendo ejemplarmente el Premio Nobel de Química.
Así que cuando nuestro justamente celebrado escritor se queja de que el culebrón pueda llegar a
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sustituir a Ser y tiempo sólo se me ocurre decirle una cosa: estudie usted esa obra, y luego vea si puede criticarla. Seguro que es menos entretenido que ver la tele. Pero cuídese de dar lanzadas a moro muerto, porque la piel de éste puede ser más recia que la hojalata de su lanza (y más si es prestada).
Sólo un punto más (aunque ya hastía confirmar de nuevo lo de Dürrenmatt: "Dios, qué mundo, en que hay que defender lo obvio"). Heidegger sí condenó al nacionalsocialismo, en su propio país y en los años sombríos, y como lo ha de hacer un pensador, a saber: pensando. También lo hizo en privado [a Fédier le confesó que su año de rectorado había sido "una gran idiotez", y a Walter Biemel -en la época nazi- que Hitler y su grupo era una "pandilla de criminales" (sic)]. Lo que no hizo fue propalarlo por los periódicos. El eran un filósofo, señor Vargas Llosa. No un gacetillero.
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