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El Atlético desperdicia una buena noche

El Valencia volvió a mostrar la cara que le desacredita para grandes empresas

Santiago Segurola

El Atlético desperdició una buena noche de juego en Mestalla. Fue superior al Valencia y tuvo el fútbol de su parte, sin excesos, pero con bastante autoridad. El Valencia, que llegó en medio de una ola de entusiasmo, vivió de la habilidad de Penev y Mijatovic. El resto fue filfa. De nuevo, le salió al equipo de Hiddink la vena inconsistente, la estampa de equipo que le desacredita para las grandes empresas en el campeonato.Media hora fue suficiente para echar tierra sobre una hinchada que había recibido a su equipo con una calentura extraordinaria. El público saludaba cualquier cosa: la aparición de su equipo, un toque instrascedente de Mijatovic, el anuncio de una combinación que no se producía. Mestalla quería creer, pero la realidad era inapelable. El equipo se caía por todas partes, sin respuesta ante un adversario que vio la luz muy pronto. La lesión de Solozábal produjo la inclusión de Moacir como medio centro, su posición natural. De manera casi imperceptible, el Atlético comenzó a crecer. Nunca ofreció un fútbol explosivo, ni tuvo el mando el plaza, pero su estructura de juego era mejor que la del Valencia, que acabó con el oremus perdido en la primera parte. El Valencia jugó con todas las suertes cambiadas. Las posibilidades reales del Valencia se reducían a tres: Mijatovic, Penev y Pizzi. El último era inservible. Pizzi es un jugador muy limitado, sin ninguna claridad para estas cosas del fútbol.

Penev y Mijatovic son de otra pasta, dos excelentes jugadores capaces de desequilibrar cualquier partido con una ocurrencia. A su imaginación recurrió el Valencia como como estrategia. Y los dos le sacaron del apuro a su equipo. Penev encontró el penalti en un desborde que se comió Juanito. Y Mijatovic en una falta, que ahora se celebran en Mestalla como si fueran medio gol. Entre su talento para los tiros libres y la suerte de un rechace, Mijatovic marcó el segundo gol del Valencia, que se veía al borde del naufragio, con el resultado en contra y 10 jugadores en el campo.

El Atlético había manejado el partido con más propiedad. Moacir se presentó como un organizador muy interesante. Todavía le falta un poco de descaro y la jerarquía de los futbolistas que se saben importantes. Pero su interpretación del puesto fue magnífica. Llevó al equipo con precisión y sin alardes, siempre con apoyos cortos. Y su habilidad para leer el fútbol le permitió interceptar la pelota en varias ocasiones. El equipo respondió a su impulso de forma natural. El Atlético tenía a los jugadores en su sitio; el Valencia, no. La diferencia se estableció en la primera parte.

El gol de Penev no ninguna trascendencia en el juego. La respuesta del Atlético al gol de Penev fue inmediata. Frente a la querencia del Valencia por la pelota parada, el equipo rojiblanco contestó con varias combinaciones. La mejor de todas fue la que propició el empate. Caminero cogió el balón en la media cancha del Valencia, salió con mucho aire y metió un pase a la izquierda con la mirada en la derecha. Quico apareció por allí, levantó la ceja y cruzó la pelota al segundo palo, donde salió la puntera de Luis García, siempre puntual. El segundo gol fue un repuesto a toda la ansiedad de Mestalla por los tiros libres de Mijatovic. Una rosca perfecta de Pirri encontró la red y sancionó la superioridad del Atlético sobre un adversario decepcionante.

El Atlético tiró el resultado por su fracaso en las tres ocasiones que tuvo en el comienzo de la segunda parte y por la ingenuidad de Moacir en la falta que le llevó a la ducha. Los árbitros, que viven una borrachera de tarjetas, sólo necesitan una excusa para sembrar de amonestaciones y expulsados los partidos. Así se hacen notar, que es lo que quieren. Con 10 cada uno, los dos equipos recorrieron la última parte del encuentro entre emociones y poco juego. El Atlético perdió gas y entregó la vara al Valencia. Entró Gálvez y dejó en mal lugar a Pizzi. Entró Kosecki y jugó a su aire, como sospechan muchos. Kosecki es un futbolista con grandes cualidades -la rapidez, la aspereza, la verticalidad- y una querencia a convertirse en un autista. Ninguna de sus penetraciones acabó con un pase a Manolo y Luis García, desesperados por los empachos del polaco. Poco a poco, el Atlético empezó a descreer de sus fuerzas y alimentó la crecida del Valencia, que sacó un poco de pasión en los últimos minutos, pero no enterró su imagen de equipo desorientado y sin identidad.

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