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Entrevista:LOS PERSONAJES DE...

Antonio López

La duda, por momentos, nos engulle en un vértigo de final de tarde, silencioso y dulzón: ¿nos encontramos en el jardín de la casa de Antonio López o estamos viendo de nuevo El sol del membrillo, la película de Víctor Erice sobre el pintor de Tomelloso? Allí está el membrillero, y el perro Emilio, correteando por el jardín, persiguiendo ruidos que llegan de lejos, y María Moreno, su esposa, a la luz de la atardecida con una bandeja de vasos de limonada tintineantes que parecen flotar en la reverberación solar, y la voz suave, como surgida de una radiofonía de antaño, de Antonio López, que avanza lento y a pasos cortos entre arbustillos y plantas, con una maceta de azucenas que acaba de comprar y que aún no han decidido dónde plantar. Como en el filme de Erice, la casa sigue en obras, aunque más avanzadas, y una atmósfera franciscana protege de premuras y vanas inquietudes el calmo lugar. Pero hay una diferencia respecto a la película: los frutos del membrillero, sumidos aún en la decoloración agosteña, parecen limones secos de un amarillo estrujado. Una de las escenas más emotivas del filme es el momento en que el artista, tras días de lluvia y de lucha contra los cambios de luz, renuncia a seguir su cuadro. ¿Volverá a pintar el membrillo este otoño? Antonio López mira sonriente el arbusto que él mismo plantó y se encoge de hombros, entre resignado y complacido, como si contemplara a un hijo que le proporciona grandes quebraderos de cabeza y, a la vez, inmensas compensaciones. "No sé, no sé. Depende de él, del esplendor, de la belleza que alcance en su momento. No depende de mí". Es realmente sobrecogedora la expresión de sometimiento pactado del artista ante el poderío que sobre él ejerce el humilde arbusto. "Hay pintores que trabajan como un poeta. Lo tienen todo en su mente. Yo no, yo siempre he necesitado el apoyo de la realidad, siempre he partido de cosas reales, aunque luego las cambie, claro. Tengo esa dependencia de la realidad, necesito sentirla cerca. Para mí, lo interesante es el tiempo que he estado junto al árbol, el objeto o la persona que pinto; lo que más me importa, sea cual sea luego el resultado de la obra, es la relación que se ha establecido con el modelo mientras estaba ahí. Esto es lo maravilloso, lo que nadie te puede quitar". Eso significa estar siempre pendiente de los elementos, como el hombre que trabaja la tierra lo está de las lluvias y de las estaciones. "Claro, tienes que acomodar tu horario al de la luz que quieres captar, tienes que salir como a la caza de lo que tienes que atrapar. Eso implica una forma de trabajar diversa y aparentemente anárquica, pero también evita la mecanización. Nunca llegas a encontrarte demasiado cómodo, nunca llegas a profesionalizar algo tan especial como es la emoción".La exposición de los cuadros y esculturas de Antonio López celebrada recientemente en Madrid ha sido visitada por más de 300.000 personas. Las colas, el entusiasmo y los comentarios de los visitantes ante sus cuadros han sido algo inusual en este país. "Lo mejor que puede pasar es que esas cosas ocurran sin que te creen demasiado trastorno, y que puedas recuperar la serenidad y tu tiempo mental para poder continuar tu labor". Las primeras obras de Antonio López, en especial los retratos de personajes de Tomelloso, dejan al espectador realmente impactado. Esos personajes de rango evidentemente popular y campesino aparecen retratados con una dignidad de reyes. "Yo siempre me he considerado un hombre como muy serio, muy dramático, y, al ver los cuadros que pinté entre los 17 y 20 años, he visto en ellos un sentido del humor que luego ha quedado ahogado y que tendré que intentar recuperar". La obra de Antonio López está siendo objeto de múltiples interpretaciones; pinta el tiempo, la eternidad, la vida, la muerte, lo onírico... Se ríe. "Hombre, yo no sé... Es bonito que te digan determinadas cosas y que la gente vea lo que ve. Pero yo nunca sé qué decir, porque no lo programo ni lo busco; si está ahí, está porque es algo que va unido a tu sensibilidad, a la manera de sentir la vida y el mundo. Pero no soy capaz de expresarlo con palabras". Perdonará que insista con las palabras: es sorprendente, en obras como las que representa algo tan cotidiano como un lavabo o una nevera, cómo consigue que el espectador sienta lo que no está: la presencia del ser humano que los ha utilizado. "El ser humano no sólo los ha utilizado, sino que los ha creado. Un lavabo es como un autorretrato del ser humano y de sus necesidades, aunque no esté presente". Desde 1985, no se hacía una exposición retrospectiva de su obra. "Plantearse ahora la parte positiva y la negativa de lo que has hecho no tiene sentido... Ya me gustaría descubrirlo, claro, pero es que no lo voy a descubrir, ni habrá nadie que lo descubra". ¿Es labor del tiempo? "El tiempo descubre muchas cosas, pero no todas. Y hay injusticias que se eternizan, en un sentido positivo y en un sentido negativo. Acabo de ver esa exposición de los victorianos ingleses, y lo que más me ha interesado era obra de los pintores menos conocidos. Entonces, pienso: no estoy de acuerdo con la historia. La injusticia, cuando se da, puede durar mucho, se hace un hábito... Claro que, al final, lo importante es que el pintor pueda realizar su trabajo, y que su trabajo ande por ahí y se respete, y que no se destruya: alguien lo aprovechará algún día". "Es lo que ocurre con la pintura pompier", dice María Moreno. "Sí. Ahora empieza a haber gente capaz de apreciarla, y la historia podrá completarse. La historia es muchas cosas, es muy rica, muy amplia: los impresionistas estaban muy bien, en su momento quizá fueron los que dijeron las cosas más interesantes, pero no lo dijeron todo. Hay artistas marginales o despreciados, como los pompiers, que son parte del siglo XIX, sin ellos esa sociedad, ese siglo, no quedan completamente reflejados. En la pintura española pasa igual: Dalí, Miró, Picasso... Todos sabemos lo que significan, pero también están Solana, o Sorolla, o Romero de Torres... artistas de esa misma sociedad española, y tienen sentido porque lo que pintan es esa época. Yo creo que toda obra que parte de algo verdadero es útil y merece respeto". Inútil será, pues, preguntarle cuál es su pintor preferido. "Sería una injusticia decirlo, porque la historia del arte es muy larga, es como la de la humanidad, y en lo que uno hace y le gusta han colaborado muchos".

¿Sigue trabajando con música, como en la película? "No, hace un par de años que prefiero el silencio. La música embellece todo y, por consiguiente, también embellece el cuadro. Cuando apagas la música, se apaga el cuadro". La pintura de Antonio López carga con etiquetas como realismo, arte figurativo, que a nuestro juicio la limitan. "Son palabras. Y una sola palabra no puede contener todo lo que un ser humano ha podido vivir en su experiencia con el mundo. Hace unos días, en El Escorial, visitando los dos grupos escultóricos de los leones, en la basílica, yo pensaba: bueno, no vas a decir que no es una escultura realista, figurativa, claro que lo es, pero es mucho más; decir una escultura realista, figurativa, es quedarte en la peana de la escultura. Y lo mismo sucede cuando ves un buen Mondrian y hablas de abstracción, también es quedarse muy corto, porque allí está el universo palpitante. Y lo maravilloso es que, cuando pasa el tiempo y piensas en la pintura de Mondrian o en la de un pintor considerado figurativo, te emocionas por los mismos motivos. A partir de un nivel, de una dimensión espiritual, las obras tienen un mismo contenido".

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