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La bisagra imposible

En agosto de 1982, cuando aún gobernaba la UCD con la que había ganado dos elecciones, Adolfo Suárez fundó el CDS. Tras su traumática salida de UCD, el propósito de Suárez era crear un partido personalista, basado en su carisma y en la marca del centrismo. Aunque sólo obtuvo en las elecciones de octubre 600.000 votos y dos escaños, frente a los 12 diputados que conservó la UCD, ésta no tardó en disolverse, por lo que Suárez y su fiel escudero Agustín Rodríguez Sahagún se quedaron con el monopolio del centro. La travesía del desierto dio sus dividendos en las elecciones generales de 1986. El CDS multiplicó sus votos por tres, 1.800.000, y sus escaños por nueve, 19. Barrió además a la Operación Roca, que le disputaba el es pacio político. Sin embargo, este éxito sirvió de poco, pues el PSOE revalidó su mayoría absoluta, por lo que los escaños centristas resultaban irrelevantes.

Suárez empezó entonces a ponerse nervioso. En 1989, pacta con el PP para arrebatar al PSOE la alcaldía de Madrid; en 1990, da un quiebro y pacta con el Gobierno. El fruto de esta estrategia cambiante es el descenso en las generales de 1989 (pierde cinco escaños) y el desastre de las municipales de 1991 (se queda con sólo 730.000 votos).

Tras el fracaso, Suárez presenta la dimisión. El CDS le da la espalda, rechaza la candidatura auspiciada por su fundador y elige presidente a Rafael Calvo Ortega. Poco puede hacer, sin embargo, para salvar a un partido que, privado de su principal baza electoral, se desliza hacia la hecatombe. El pasado 6 de junio, con 400.000 votos, queda fuera del Parlamento. Justo cuando la pérdida de la mayoría absoluta por el PSOE hace al fin viable la existencia de partido bisagra.

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