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Los colegas de Melitón

Unos 9.000 extranjeros esperan asilo político en Madrid; pero mientras, alguno muere en el andamio

Llegan por miles, con la esperanza de encontrar espacio para una vida mejor. Son los refugiados: ocho de cada 10 recalan en Madrid, región en la que viven unos 9.000 solicitantes de este estatuto. Su empeño no es fácil: de 100 que lo piden, sólo cuatro lo obtienen. Uno de ellos, Melitón Puente, acaba de morir mientras trabajaba ilegalmente. En este mundo de asilo que arrastra los pies por pensiones, albergues y comedores, los bosnios son, paradójicamente, privilegiados.Traen una maleta de horrores, de guerra o persecución. Llegan desde África, Europa y Asia. Una vez aquí, todos tienen derecho a solicitar el estatuto de refugiado, una condición imposible de obtener para quienes sólo huyen por hambre.

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Muerto en el andamio

Melitón Puente Bautista lo hizo, aunque le movía más la necesidad que la política. El pasado martes, este peruano de 25 años moría al caer desde su andamio de albañil. Era un trabajador ilegal, ya que los solicitantes de refugio no pueden ejercer tareas remuneradas. Pero la supervivencia obliga a veces. Ahora, su prima Sofía intenta repatriar los restos y conseguir alguna indemnización. La empresa de construcción en la que servía, Vela y Fernández, sólo informa "a la Seguridad Social y al juez".Melitón empezó su camino en la Oficina Integrada de Asilo y Refugio, donde un policía suele ordenar el tráfico. La dependencia de la calle de Pradillo está de bote en bote: aquí queda patente el aumento anual de solicitudes (el 44% más en 1992 respecto al año anterior).

La peruana Nely, de 40 años, sale con esperanza: los papeles quedan presentados. Ahora hay que esperar -entre tres y seis meses- hasta que se resuelva el expediente, en general con denegación: el año pasado se solicitaron 11.708 estatutos y sólo se concedieron 543, el 4% de los estudiados. Afganos, somalíes, iraníes, iraquíes, y cubanos fueron los más favorecidos. Todos, excepto dos, residían en Madrid.

Interior calcula que el 80% u 85% de los demandantes están en la región y que buena parte son, en realidad, inmigrantes económicos. El marido de Nely está entre los denegados, pero confía en quedarse gracias a un contrato de trabajo. Si no, será un inmigrante ilegal.

Mientras duran los trámites, los demandantes pueden dirigirse a las organizaciones que tienen cobijo para ellos (550 plazas en albergues y pisos tutelados más otro centenar en pensiones). El Estado paga un modesto hospedaje, pero ha recortado notablemente las ayudas económicas mensuales.

A mediodía, Nely, con su hija de la mano, va al comedor gratuito para refugiados de: la calle del Gobernador (Centro). Allí comparte mesa con Inés, una ecuatoriana de 18 años que está embarazada y aún no sabe si la considerarán refugiada. Si no, piensa quedarse de todas formas.

En la mesa de al lado, la periodista peruana Patricia Bensa ha acabado el plato de arroz con carne. Se siente casi una privilegiada: ya le han concedido el estatuto. Adiós Fujimori. "Amnistía Internacional me ayudó a salir. Elegí venir aquí por afinidades culturales".

Por este comedor pasa un centenar de refugiados cada día. Zuhat se mueve entre las perolas. Antes de cocinero, este iraquí trabajaba de administrativo en Bagdad. "La vida es dura para los asilados. Mientras esperan no pueden trabajar, ni reciben casi ayudas", se queja una de las responsables, la rumana Carmen Stefanescu.

"Quienes viven una situación aún peor son los africanos", tercia el sacerdote Antonio Freijo, de la asociación Karibu, que ayuda a los refugiados.

El problema no ha hecho sino empezar. "El número de refugiados es marginal, pero se incrementa en un 50% cada año", afirma el representante del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Guilherme da Cunha. Este organismo, con el Ministerio de Asuntos Sociales, hace una campaña de sensibilización. "Ellos no vienen al paraíso. Sólo quieren salir del infierno", dice Da Cunha.

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