El voto sigue instalado en el centro-izquierda
El domingo pasado se acercaron a votar casi tres millones de personas más que en las elecciones generales de 1989. Puede estimarse que, de ellos, aproximadamente la mitad respaldaron las candidaturas del Partido Popular, atrayendo así hacia las urnas a antiguos abstencionistas y a gran parte del voto joven. Frente a ese importante éxito del centroderecha, Felipe González logré retener el voto socialista de 1989 y lo reforzó con un millón de sufragios más, frenando así la caída anunciada por las encuestas.Como pone de relieve la cifra absoluta de participación (23,5 millones de personas frente a 20,6 millones en las elecciones legislativas anteriores) la clave de los resultados del domingo pasado reside en la intensa movilización provocada por la campaña. Una lucha cerrada entre las dos formaciones más poderosas no sólo ha desmentido el alejamiento de los ciudadanos respecto a la vida pública, sino que ha abierto mayor espacio a los partidos de ámbito estatal en relación con los nacionalistas y regionalistas.
Estos últimos alcanzan, todos juntos, poco más del 9% del voto global representado en el Congreso de los Diputados, frente al 11% de la legislatura anterior. Los eventuales acuerdos de alguno de esos partidos nacionalistas con el PSOE podrían ser importantes para el desarrollo de la legislatura. Sin embargo, la fuerte competencia bipartidista que se ha registrado entre socialistas y populares les ha dejado poco espacio al conjunto de los partidos que carecen de implantación estatal.
La victoria de los socialistas en Cataluña sólo puede provocar preocupaciones a Jordi Pujol, quien, a su vez, observa los esfuerzos del PP para meterse en su terreno. Por su parte, los socialistas han logrado en el País Vasco mejores resultados de los previstos, probablemente como fruto del impulso general a la campaña en toda España, de las expectativas de mejora de Euskadi tras el descenso de la amenaza terrorista y de la fusión con Euskadiko Ezkerra.
De este modo, y en lo que se refiere a la competencia entre fuerzas estatales y partidos nacionalistas y regionalistas, el próximo Congreso de los Diputados se resuelve con un pequeño retroceso global de estos últimos, sin que por ello dejen de estar representados en el Parlamento del Estado.
La otra gran competición, que se ventilaba el domingo era de carácter más tradicional, entre centro-derecha y centro-izquierda. Pese al avance histórico de la derecha, se confirma que España sigue siendo un país con predominio de centro-izquierda. Se trata de un fenómeno coherente con la historia de las elecciones en España, pero que demuestra un comportamiento diferente respecto de la evolución electoral de Europa Occidental en estos primeros años de la década de los 90.
Frente a los 11,3 millones de votos alcanzados el pasado domingo por la suma de las candidaturas del PSOE y de Izquierda Unida -según los resultados provisionales facilitados por el Ministerio del Interior-, las listas de centro-derecha se quedaron un millón de votos por debajo, incluyendo en este último cómputo a los nacionalistas y a los regionalistas que han obtenido escaños.
Se mantiene, así, la constante de comportamiento electoral que tuvo su máxima expresión en 1982, en virtud de los más de 10 millones de sufragios logrados por el PSOE en su primera victoria por mayoría absoluta.
La reñida competición del 6 de junio ha servido para acortar la diferencia entre esos grandes espacios político-ideológicos. Sin embargo, no ha llegado a producirse el vuelco en la mayoría sociológica.
Los datos son tozudos. Las candidaturas dirigidas por José María Aznar han superado en 2,8 millones de sufragios su propio respaldo de 1989, quedando ligeramente por encima de la cifra alcanzada por el PSOE en aquella ocasión. Ocho millones de votos permitieron a los socialistas ganar las elecciones legislativas de 1989 y obtener la mitad de los escaños del Congreso (175), con lo cual renovaron su capacidad de mantener un Gobierno en solitario.
Ocho millones de votos, en cambio, no le han bastado al PP para tocar el poder en esta ocasión, porque los socialistas se han movilizado todavía más. Los nuevos sufragios a las listas socialistas proceden de antiguos abstencionistas y, casi con seguridad, de sectores que han dudado entre Izquierda Unida y el PSOE, y al final se han inclinado por lo que han considerado el voto más útil.
Estos nueve millones de sufragios, en total, restañan una de las heridas más graves sufridas por el PSOE, que fue la ruptura de su base social tras la huelga general del 14 de diciembre de 1988. La convocatoria de elecciones legislativas en 1989 aportó una mayoría parlamentaria, pero poca estabilidad. La pérdida del apoyo sindical, la cada vez más nítida percepción de tensiones internas en el PSOE y la degradación de la imagen socialista por problemas de corrupción -además del intento de deslegitimación-inicial de muchos de los resultados por irregularidades en el voto- contribuyeron a abrir espacio a la alternativa de centro-derecha.
Probablemente haya que buscar el punto de inflexión en el debate televisado de lunes 31 de mayo, claramente ganado por Felipe González con un mensaje que colocaba a la mayoría sociológica de centro-izquierda ante el miedo a perder el pequeño Estado del bienestar consolidado a lo largo de la década anterior de gobierno socialista. Frente a la eficaz combinación de críticas del centro-derecha -paro, despilfarro, corrupción-, González situó en primer plano la imposibilidad de lograr mayores prestaciones sociales con menos impuestos. Por lo visto, el mensaje ha calado.
A Felipe González le han ayudado también factores externos, como la enfermedad sufrida por el líder de Izquierda Unida, Julio Anguita, y la marginación de personas significadas en el seno de la coalición de izquierda. Factores todos ellos que han convencido a muchos cientos de miles de personas de que lo conveniente era agrupar votos como, por cierto, solicitó González durante la campaña. Y ese discurso ha sido suficiente para cerrar el paso de la alternativa de centro-derecha hacia el poder, cuando llevaba muy bien orientada la carrera hacia La Moncloa.
Con casi tres millones de votos más que en 1989, Aznar tiene motivos para observar el futuro con ciertas esperanzas de éxito. La muy responsable actitud del líder popular en la noche electoral del 6 de junio, moderando algunos excesos en sus propias filas -demasiado prestas a denunciar pucherazos-, no hace sino contribuir a dar solidez a esas expectativas.
Mientras llega ese momento o no, de nuevo se plantea en España el mismo problema: la mayoría social continúa siendo de centro-izquierda, pero el Gobierno difícilmente puede serlo. Felipe González se colocó a sí mismo ese límite durante la campaña.
Una eventual alianza de so cialistas y comunistas encierra peligros: fuertes reservas en muchos círculos económicos y financieros, y posibilidad de que potencie, como reacción, un mayor acercamiento de la derecha, los nacionalistas y los regionalistas. Por eso muchos observadores creen más equilibrado completar la mayoría relativa de los socialistas con los nacionalistas catalanes y/o vascos, tratando de convertir a éstos en la bisagra natural del sistema político, al
modo en que funciona el partido liberal en Alemania respecto a las dos grandes fuerzas, los democristianos y los socialdemócratas. Con la diferencia de que esa bisagra alemana está repartida entre diferentes Estados, mientras que CiU cuenta con implantación sólo en una comunidad.
¿Supone todo esto una vuelta a la situación de 1979 con diferentes protagonistas? No, desde luego, en términos de voto. Los sufragios de centro-derecha superaron ligeramente a los de centro-izquierda en aquellas elecciones, celebradas con una participación (68%) nueve puntos por debajo de las del domingo pasado. El 64 no se le parece en nada, en cuanto a entusiasmo por participar. Sí hay semejanzas de tipo psicológico: un Gobierno y un partido que se salvan, en el último momento, de una derrota anunciada por las encuestas previas a las elecciones, y una alternativa que se queda en el zaguán, después, de haber acariciado las mieles del triunfo.
Se nota, no obstante, que los políticos actuales han ganado en tablas. Felipe González, el ilustre derrotado de 1979 -frente a Adolfo Suárez- no dio la cara en toda la noche triste del 1 de marzo de 1979; José María Aznar, en cambio, se apresuró a expresar sus felicitaciones al vencedor en la madrugada del 6 al 7 de junio.
La derecha demostraría una profesionalidad impropia del camino ya andado si tratara de culpar a José María Aznar por no haber conseguido el poder en esta ocasión. Alianza Popular, fundada por Manuel Fraga, se estrenó con 1,5 millones de votos, Y SIL heredero natural, que es el Partido Popular dirigido por Aznar, supera los ocho millones 16 años; después de aquella primera elección.
77,2% de participación
En ese mismo periodo, los socialistas han pasado desde los 5,3 millones iniciales a los 9,1 actuales, a pesar del desgaste del poder. Ambas fuerzas han consolidado la competencia bipartidista y las espadas quedan en alto.
En total, la participación popular alcanzó el 77,2% el pasado domingo, superando en 7,5 puntos la que se registró en las elecciones legislativas anteriores, con lo cual la abstención descendió en idéntico porcentaje. Una participación tan alta no sólo ha hecho acercarse a las urnas a mucha más gente, sino que ha encarecido el coste en votos de cada escaño.
Todas las fuerzas políticas han necesitado más sufragios para obtener actas para sus diputados, como corresponde a una elección con más votantes. Pero las diferencias relativas entre ellas se mantienen. Así, los escaños de Izquierda Unida continúan siendo los más difíciles de obtener: 124.000 votos de media, por cada diputado electo, mientras que los más baratos son los de Coalición Canaria, que obtiene un diputado por cada 50.000 votos. Ni que decir tiene que el Centro Democrático y Social (CDS) es el gran sacrificado, ya que sus 410.000 sufragios no le valen ni para obtener un escaño, al encontrarse muy repartidos entre distintas provincias. Los escaños de Herri Batasuna también se han encarecido: ha necesitado 103.000 votos por cada uno.
La competencia entre los dos grandes partidos se salda con diferencias menores que en ocasiones anteriores. Cada diputado le cuesta al PSOE 57.000 votos, de media, y al PP una cantidad ligeramente mayor, que no llega a los 58.000 sufragios de media por cada uno -siempre sobre cálculos realizados respecto a los resultados provisionales facilitados por el Ministerio del Interior-.
Por tanto, no puede hablarse esta vez de mayorías exageradas de escaños en favor del primer partido. Porque los populares han mejorado un poco sus votos en algunas provincias de Castilla-León y Castilla-La Mancha y ello les ha permitido obtener diputados que en otro tiempo se llevó el PSOE en esas regiones.
En este caso no cabe justificar la derrota de las grandes expectativas del segundo partido de España por cuestiones derivadas del vilipendiado sistema d'Hondt.
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