La paradoja agridulce de lsabel II
La Reina de Inglaterra afronta un país muy distinto al que la coronó hace 40 años
Hillary y Tensing vencieron en su nombre al Everest, 100.000 canadienses le rindieron pleitesía desde Otawa, hubo desfiles militares en Australia y misas en Suráfrica, sus tropas mataron a 54 independentistas del Mau-Mau en Kenia y The Daily Telegraph destacó, bajo el gran titular de la coronación, que la nueva reina "dirigió un mensaje de esperanza al Imperio". Era el '2 de junio de 1953, y Winston Churchill, su primer ministro, le deseó "un reinado glorioso". Isabel II cumple hoy 40 años en el trono y la efemérides sabe a paradoja agridulce: su figura es extraordinariamente respetada, pero la monarquía que encarna ha dejado de serlo.Hace 40 años, o sólo cinco, hubiera sido inconcebible que The Times discutiera el porvenir de la monarquía. El trono era el trono, igual en el pasado que en el futuro, amén. Pero eso se acabó, y The Times, en cuya cabecera destaca el emblema real, organizó hace diez días un magno seminario sobre la reforma de la institución.
En colaboración con Charter 88, la organización que exige una Constitución escrita para el Reino Unido, el periódico convocó a un centenar de ponentes y a numeroso público a un "debate abierto". No hubo conclusiones, pero quedó meridianamente claro que la monarquía tradicional acabará con Isabel II. Lo que venga luego tenderá a parecerse a las monarquías ciudadanas del norte de Europa. La república es descartable, salvo en el difícil caso de que el próximo rey (Carlos III o Gruillermo V) se la ganara a pulso.
El agotamiento de la vieja fórmula no puede atribuirse a Isabel II. Al contrario, ella ha conseguido que sobreviviera hasta más allá de lo esperable. Pero el Estado británico, todo él, camina peligrosamente hacia el colapso. Las instituciones (Monarquía, Gobierno central, Parlamento, Administración civil) crujen peligrosamente y, si alguien hubiera de tomar el testigo de la actual_revolución italiana, ese alguien serían los británicos. Se perciben cambios en el horizonte, y la Corona no puede rehuirlos.
El problema de los Windsor no es la prensa, aunque ésta haga daño. Son los lectores, es decir, la gente. La Monarquía británica se ha apoyado tradicionalmente sobre la aristocracia y el proletariado. Los monárquicos más furibundos estaban en las fincas de la nobleza y en los pubs mineros. Pero, como en el resto del mundo, es la clase media la que decide hoy. Esa clase media, pragmática, ambiciosa, celosa de sus derechos, puede querer a Isabel II, pero se identifica con Margaret Thatcher. No es cuestión de cariño, sino de necesidad.
La reina ya no está libre de impuestos, Buckingham Palace abrirá la puerta a los turistas- y el príncipe se ha separado de la princesa. Son pasos hacia la reforma, que seguira sin duda con la desvinculación entre Corona e Iglesia de Inglaterra (la propia Iglesia lo está pidiendo), y se rematará, un día u otro, con algún tipo de pacto o texto constitucional más o menos vago.
Los escándalos periodísticos y los desmanes de los jóvenes Windsor no han dañado apenas el afecto británico por la Corona. Eso quedará claro con la marea de tristeza que inundará el país el día en que fallezca la queridísima reina madre, Isabel, de 93 años. Lo que se ha hundido para siempre son el poder absoluto (que el monarca posee, aunque no lo ejerza), la riqueza limitada y la Firma, la familia que pulula en torno al trono. La reina aún es amada, 40 años después.
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