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Paradojas electorales

Desde la perspectiva del análisis electoral, una eventual victoria del Partido Popular en las próximas elecciones plantea diversas cuestiones de interés, algunas con carácter aparentemente paradójico. Me centraré en dos de ellas: la permanencia en el primer puesto de las preferencias de la opinión pública en la valoración de liderazgo de Felipe González (y el estancamiento de Aznar en puestos medios) y la autoubicación mayoritaria de la población en el centro-izquierda en las escalas que se presentan en los cuestionarios. Esto significaría que una parte de los electores habría votado contra sus convicciones. Se podría alegar, matizando la cuestión de la permanencia en el liderazgo del actual presidente, que, al no ser la española una democracia presidencialista, la imagen del candidato a la presidencia del Gobierno es un factor secundario (el ejemplo clásico ole los últimos años es el de las elecciones Callaghan / Thatcher, en 1979, con victoria de esta última contra las preferencias de liderazgo del electorado). Pero el que existan ejemplos como éste no aclara el extraño fenómeno de que las poblaciones sean tan extremadamente racionales en la distinción entre liderazgo y Gobierno (que prefieran un líder, pero voten por los adversarios de ese líder) y lo sean tan poco en otras disquisiciones también políticas. Parece que no concuerda tal sutileza electoral con evidentes conductas emocionales en contextos altamente simbólicos (como lo suelen ser las elecciones, por cierto). Habría que completar la clásica identificación profunda líder / padre, tan explicativa, y hacer aparecer otro liderazgo, el de líder / jefe, no tan paternal; y así esa contradicción entre liderazgo y Gobierno se subsume en dos formas de vínculo, una más emocional y otra más instrumental. Hasta ahora, a los factores objetivos que explicaban las victorias del PSOE (percepción de que sus problemas se arreglarían con un cierto tipo de política socialdemócrata) se unían factores subjetivos de liderazgo emocional e instrumental, encarnados en Felipe González, cuya comunicación en radio y televisión (también en las entrevistas de prensa) ha sido tradicionalmente cálida y eficaz (emocional e instrumental) para presentar un programa que quería ser también, como él mismo, cálido y eficaz. La posibilidad de que se haya roto significativamente ese vínculo entre el líder / padre y el líder / jefe se explicaría en función de las percepciones socioeconómicas más inmediatas que pudieran estar distanciando a una parte de la población del líder / jefe (eficacia) sin renunciar aún al líder / padre (emoción). Esta confusa y reversible dinámica negativa de roles o papeles del actual presidente hace más relevante que nunca la función de la campaña electoral. Si a esto sumamos la demora en la decisión de voto de una parte decisiva de la población, así como la predisposición a la infidelidad de voto de éstos y otros muchos con voto aparentemente decidido, podemos observar que se dan todas las condiciones que hacen que esta campaña electoral no sea (como lo es normalmente) una rutina necesaria para mantener lo que se tiene o lo que se espera con seguridad, porque tampoco hay seguridad ahora en las encuestas con esa separación no muy grande entre los dos partidos del Estado con mayor expectativa de voto.Que una parte de la población que se sigue autoubicando en el centro -izquierda pueda dar su voto a Aznar es otra paradoja de gran interés analítico que exigiría una investigación ad hoc muy compleja para localizar esos motivos de mutación de voto, ya sean instrumentales y/ o emocionales. En todo caso, las encuestas parecen mostrar pérdidas de voto socialista hacia su derecha y hacia su izquierda, lo que define un cierto caos en los intentos de redefinir la realidad política Por parte del electorado infiel al PSOE, que podría estar vacilando entre opciones tan diversas como el PP e IU, por citar sólo a los partidos de Estado. Dicho en jerga cognitiva: los votantes infieles estarían tratando de reconstruir el guión (la guía de conducta) que corresponde a la pregunta "¿a quién debo votar?", y muchos de ellos no habrían logrado todavía redefinir la realidad que les rodea ni perfilar el guión cognitivo (la guía de sus actos, insisto) que los lleve a tomar la decisión que más les beneficie a ellos o a la colectividad (es frecuente la motivación sociotrópica, contra el planteamiento clásico derivado de las teorías de la elección racional, que partían de la consideración de la optimización del bien propio en este tipo de conductas). Evidentemente, un objetivo fundamental de la campaña electoral es inducir a la construcción de ese guión o guía de la conducta de voto en los términos que favorezcan al partido inductor. Por lo que llevamos visto en estos días de campaña, no hay una estrategia clara en ninguno de los partidos de ámbito estatal que se pueden observar desde este observatorio central que es Madrid: no hay ayudas para los votantes dudosos, y se habla aún para convencidos, cuando esta vez no se trata de conservar el voto, exclusivamente, sino de ganar voto ajeno (PP, IU) o de no perder el propio (PSOE). Las rarezas de IU (relegar a los renovadores, que son los que harían un cartel más atractivo para los vacilantes hacia la izquierda del PSOE) son contestadas por la firmeza del propio PSOE en repetir listas (repetir imagen con lo deteriorada que la tiene en estos momentos) o la insistencia del PP en la negatividad de su campaña (una campaña anti, con los riesgos de contagio, en la percepción del electorado, entre lo que se critica y el que lo critica, fenómeno éste que debe funcionar mejor en tiempos de duda, como los que corren). Los errores se compensan mutuamente, y el que no haya hasta ahora ningún partido de los citados que haya estado muy afortunado significa que las tendencias de encuesta se mantienen: el PSOE, el PP e IU son los partidos de siempre, con sus virtudes y defectos de siempre. Esta inmovilidad de imagen los perjudica a todos en algún sentido profundo y desagradable para la colectividad, pero beneficia inmediatamente al PSOE, por cuanto estas continuidades de imagen tienden a estabilizar el voto.

Alguno de los dos partidos más votados va a obtener más votos que otro, obviamente, y tal como se perfilan las cosas los va a obtener el que haga una campaña menos mala, cosa difícil de discernir. Que nadie diga que estamos a merced de astutos estrategas electorales: estamos viendo evolucionar a unas organizaciones perfectamente conservadoras y previsibles que están dispuestas a repetirse a sí mismas.

Cuando el PSOE ganó las elecciones en 1982 era un partido aún sin hacer, abierto y contradictorio: ése era uno de sus principales atractivos, a lo que se añadían las garantías que ofrecían algunas de sus caras más conocidas. También carecía de pasado (en algún sentido), y eso era una virtud en un país que quería novedades. En 1993 es un partido hecho y cerrado, al tiempo que sus contradicciones se han estabilizado y forman parte de su imagen (renovadores / guerristas, por ejemplo). No ofrece sorpresas ni en las caras ni en los discursos, y esa consistencia paquidérmica lo aleja de los jóvenes, pero lo hace atractivo, paradójicamente, a los viejos y a las gentes de orden.

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El PP carece ahora de pasado (de algún modo, también, aunque demostrar que sí lo tiene sea una de las estrategias de sus adversarios) y tiene el atractivo de lo nuevo. No es aún un partido hecho (los partidos se hacen o se deshacen en el poder) ni cerrado, aunque sí contradictorio. Da una imagen parecida estructuralmente a la del PSOE en el 82, pero tiene que jugar contracorriente (el país sigue siendo de centro-izquierda), cosa que no les ocurría a los socialistas. Un paso más decidido hacia el centro político le atraería voto socialista, pero abriría un flanco importante, a medio plazo, para la extrema derecha.

Que gane el menos malo, y que el que gane no olvide que no podemos, o no debemos, llegar a los cuatro millones de parados. Hasta ahí podíamos llegar.

Fermín Bouza es sociólogo.

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