El Olímpico revitaliza la castigada Marsella
Cuando el árbitro pitó el final de la Copa de Europa, la Canebière y el viejo puerto de Marsella vieron cómo llegaban infles de personas. En una ciudad castigada por el paro y la crisis, cuyos astilleros cierran, que vive mal las oleadas de inmigrantes (el Frente Nacional de Le Pen logra en ella porcentajes superiores al 30%), el fútbol, el Olímpico de Marsella, el OM, es el único factor de integración y entusiasmo.
Dos muchachos, borrachos de contento, griterío y cerveza, se tiran al agua. "¡El Mediterráneo es el mejor mar del mundo y el OM es el rey del Mediterráneo!". Cuando el chapuzón se acaba, escupen un petróleo aguado y salino. La ropa ha adquirido tonalidades tornasoladas. Otros siguen su ejemplo y también se zambullen.El provenzal de toda la vida se abraza llorando a un senegalés que no para de cantar La Marsellesa. Aquí el himno es otra cosa, más festivo y menos solemne que en el París encorbatado. El OM hace milagros. El miércoles, a las 10 de la noche, centenares de parisienses. Jóvenes se concentraron en los Campos Elyseos para dar vivas al OM: "¡Yo también soy marsellés". Era la primera manifestación que conoce la avenida desde que, en 1981, Mitterrand ganara las elecciones.
Ayer, cuando el OM llegó de Múnich, no fue al Ayuntamiento. Tampoco lo hará el próximo domingo, después del partido contra el París Saint Germain que debe proporcionarle su quinto título de Liga consecutivo. Los jugadores fueron conducidos al estadio. Basile Boli, el autor del gol, pudo ser aclamado y Bernard Tapie, el presidente del club, pudo discursear. El alcalde, el socialista Robert Vigoroux, es enemigo personal de Tapie, que, para desgracia suya, también quiere serlo.
Lo necesitaba el país, que empezaba a hartarse de que todo el mundo elogiara su fútbol, tan bello, imaginativo y deportivo, mientras el palmarés seguía huérfano, de triunfos de relumbrón. Pero lo necesitaba aún más el OM, sus seguidores, que este año ya no acudían en masa al estadio Velódromo. Faltaban los artistas, los Waddle, Mozer, Papin o Cantona, los jugadores fantasiosos de antaño. Ahora Boksic se limita a marcar aprovechando su potente disparo y su envergadura, Voeller derriba defensas a codazos y Pelé rueda por los suelos reclamando faltas que Sauzée aprovecha.
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