Madrid y Joventut abusaron del academicismo
LUIS GÓMEZ, Muy académico fue el primer asalto de la final. Defensa de salón, ejercicio de estilos y un par de detalles a tener en cuenta en el tramo final del partido. No hubo derramamiento de sangre, tampoco cruce de golpes. Ni una mala palabra, ni un mal gesto. Madrid y Joventut carecen de reclamaciones pendientes en su larga trayectoria por la Liga española. Definitivamente, no se odian. Así que parece que estamos ante una final aséptica, sin factores exógenos, susceptible de resolverse entre la pizarra, la estadística y el carácter que sepan derrochar los actores. La victoria madridista obra en el haber de Biriukov y Cargol al tiempo que certifica el liderazgo de Lasa. La derrota verdinegra no consta en el debe de nadie: sus jugadores se mantuvieron en una discreta armonía.
No es muy difícil determinar cuándo el partido entró en fase de equilibrio inestable, el periodo en el que los. hechos adquieren cierta gravedad y las decisiones destilan carácter. Faltaban once minutos y el Joventut había acertado a difuminar completamente una ventaja de ocho tantos en tan sólo 48 segundos (de 60-52 a 60-60), la mejor señal de que el Madrid mostraba falta de autoridad a la hora consolidar sus mejores estadísticas. ¿Cómo era posible que un equipo que funcionaba al 70% de eficacia en sus lanzamientos no consiguiera obligar al contrario a firmar la rendición? Ese era el Madrid de costumbre, el equipo hipotecado a su mayor vicio, la pertinaz incapacidad para leer un partido: sus arrancadas iban siempre acompañadas de una sucesión de pérdidas (de balón, sus derroches (8 triples en la primera parte) anticipaban alguna desbandada general.
El problema encontró solución nada más entrar Lasa. El pequeño base supo darle el valor que le corresponde a cada posesión, una asignatura que se le atraganta a los madridistas. El fin natural de una posesión es un lanzamiento, primer mandamiento del baloncesto centenario. Y no es lo mismo tirar que no tirar. Lo primero abre una oportunidad para la canasta, en su defecto el rebote o, si acaso, la falta personal. Pero no tirar es la negación en sentido estricto: es devolverle- amablemente la pelota al rival sin dan- o aparente y además provoca frustración. Tres minutos después de la entrada de Lasa, el Madrid volvió a estirarse (73-60). La diferencia estriba en que, en esa ocasión, supo rentabilizar la ventaja.
Naturalmente, alguien tenía que convertir la posesión en canasta, segundo mandamiento del baloncesto que cumplieron con curiosa homogeneidad casi todos los madridistas (todos anotaron y cinco de los ocho en pista superaron los diez tantos) aun que tuvieran mayor valor específico las acciones de Biriukov (14 tantos en la segunda parte) y Cargol (9). Frente a esa aparente armonía estadística, el Joventut contestó con la misma moneda (cinco jugadores superaron también los diez tantos) pero irregular eficacia. El partido apenas tuvo contraste: el intercambio de canastas se resolvió a favor del porcentaje.
Así que no hubo un verdadero clima, ni un desenlace digno de provocar arrebatos de pasión. El Joventut planteó en el último acto un mero ejercicio estratégico al colocar a los hermanos Jofresa en la cancha, fuera para impresionar, fuera para que el pequeño (Tomás) le negara el sustento a Biriukov. El planteamiento obligó al Madrid a imitar esta acción (Antúnez y Lasa en pista) y a visitar con frecuencia la línea de tiros libres, donde apenas cometió un sólo fallo. Resuelta la principal dificultad, al Joventut se le agotó el tiempo. El partido se resolvió por sí mismo.
Este primer asalto no merece recordatorio. Será trabajo de ambos técnicos escudriñar si de lo acontecido ayer queda alguna secuela. No lo parece a simple vista si bien, apurando el análisis, los madridistas pueden sacar provecho de una excepción: Sabonis sólo anotó un tiro libre en la segunda parte. A pesar de ello el Madrid ganó con cierta comodidad. Al Joventut más le vale ni mentar este detalle.
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