Zülle resiste los ataques de Rominger
El suizo Tony Rominger (CIas) volvió a terminar frustrado. El líder no fue de nuevo capaz de despegar de sus talones a su gran rival, su compatriota Alex Zülle (ONCE), pese a intentarlo varias veces subiendo a los lagos de Covadonga. El colombiano Oliverio Rincón aprovechó el marcaje entre los favoritos para dar al Amaya su tercer triunfo de etapa. La Vuelta Ciclista a España ha pasado la montaña cantábrica de forma monótona: en las dos etapas con final en alto se han repetido los cuatro primeros. La decisión parece aplazada hasta la contrarreloj del último día: 44, 6 kilómetros entre Padrón y Santiago.
Juan Fernández, el director del Clas, decía la víspera: "No dormiré tranquilo el sábado si Zülle sigue a 33 segundos de Rominger". El pupilo quiso servirle ayer Valium, pero no lo consiguió. En una muestra más de sus variados registros, Zülle está consiguiendo bordar el papel de lapa. La teoría se la dictan por las mañanas. ¿Ves a ese de amarillo? Pues no le pierdas de vista. Obediente, Zülle cumplió. Primero, subiendo el martes a Alto Campoo. Repitió ayer en Covadonga.
Lo de chupar rueda es una cosa en el llano y otra en la montaña. En el terreno liso, el que va delante corta el viento y hace de aspiradora. El de atrás hace casi la mitad de esfuerzo. En el empinado también es más cómodo ir detrás. El que marca el ritmo no conoce las fuerzas del que le sigue y no le sorprende cuando acelera. Pero donde atacó Rominger por primera vez, entrando a La Huesera, con rampas del 14%, de poco vale la teoría. Allí, ante un muro, sólo valen las fuerzas.
Zülle se mostró ágil, ligero e inteligente. El ritmo no era suave. Laudelino Cubino (Amaya) y Jesús Montoya (Amaya), dos reputados reyes de las cuestas, iban sin resuello. Con la lengua fuera en algunos momentos. En otros, todos se concedían una tregua. Reducían el ritmo y esperaban, respirando más pausadamente, a que volviera la tempestad.
Por delante, lanzado hacia el triunfo de etapa, viajaba Oliverio Rincón, el cuarto de la clasificación general, pero con una desventaja que no le hace peligroso. Desde muy pronto, a 11 kilómetros de la meta, había saltado y, acompañado al principio por su compatriota Fabio Rodríguez, puso tierra por medio. Con tranquilidad y frescura y sin agobios tácticos ni necesidad de agarrarse una tortícolis mirando a sus seguidores, fue escalando. Recuperando fuerzas en los falsos llanos y vaciándose en las cuestas, ganó.
También escaló solo Pedro Delgado. En el terreno que más le gusta, el ciclista segoviano efectuó un ejercicio simbólico. Una suerte de rehabilitación moral. Más flojo que sus rivales desde el comienzo de la Vuelta, Delgado se había negado a dejarse ir. A pasar y esperar mejores tiempos.
En todas las etapas de montaña había mostrado cómo se sufre para no perderlo todo. Ayer no cejó. Aprovechando la arritmia delantera, a veces se acercaba y a veces volvía a quedarse. Aguantó a unos cuantos a sus espaldas hasta que le abandonaron. Pero, conociendo como nadie el terreno, fue listo. Racionó sus reservas, llegó a empalmar con los favoritos e incluso se pegó el gustazo de enseñarles su rueda trasera durante algunos metros. Fue su típico hachazo. Antaño rompía a los demás. Ayer sólo le sirvió para que al final le volvieran a dejar atrás.
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