Colegiales, políticos y debates
Los políticos suelen afrontar los debates y entrevistas en radio y televisión con un repertorio fijo de respuestas, a las que tratan de dar salida llueve, truene o relampaguee; sólo el talento para hacer el bucle y dar una contestación a la vez inconexa y prefabricada a una pregunta inesperada sin que se aprecie la sutura distingue a los hábiles de los chapuceros. Al igual que los colegiales redactan en casa los deberes del colegio con ayuda de sus padres, los políticos cuentan con asesores para preparar esas tareas en el despacho; y así como el estudiante del chiste recitaba la historia de los fenicios cualquiera que fuese la bola sacada del bombo, así los candidatos emiten hasta la extenuación los mismos mensajes sea cual sea la cuestión planteada.Como estamos viendo durante estos días, el político se sentirá feliz cuando la ingenua curiosidad de un periodista ("¡buena pregunta!") o la imprudente intervención de un rival ("perdone que me vea obligado a recordarle") le brinde el pretexto para abrumar a la afición con datos económicos o disposiciones legislativas; pero si esa oportunidad no llega a tiempo, el interesado aprovechará cualquier ocasión para meter con calzador su material de acarreo. Los trabajos de precocinado incluyen el rastreo de archivos y hemerotecas para descalificar al adversario. El método es repugnante cuando se trata de una calumnia; en la historia de esas infamias ocupa un lugar de honor la alevosa puñalada asestada en un debate de 1986 a Maravall por Verstrynge, antes de que el secretario de AP sufriese, una aparatosa caída del caballo en su camino paulino hacia Ferraz. Pero aun cuando los datos sean ciertos, los recolectores de basura -por ejemplo, Corcuera en su debate con Ruiz Gallardón- no se cubren precisamente de gloria al hacerlo.
En los debates muchas preguntas se quedan sin respuesta gracias el método Ollendorf que permite evitar las interrogantes molestas ("¿de dónde vienes?") con réplicas surrealistas ("manzanas traigo"); en cambio, unas respuestas que nadie ha solicitado pero que el candidato tiene almacenadas merodean al acecho para saltar sobre el periodista o el contrincante y modificar así el cuestionario o la agenda del debate. Los prestidigitadores veteranos cautivan al auditorio con un juego de salón que asigna a la mano derecha la misión de ocultar las preguntas sin respuesta y a la izquierda la tarea de ofrecer las respuestas sin pregunta; los magos inexpertos, en cambio, suelen ser sorpendidos cuando escapan hacia los cerros de Ubeda para no contestar algo que ignoran o que les pone en aprietos y para adelantar una opinión o una información disfrazadas de falsa réplica. Pero como la actual campaña será larga y los debates frecuentes, los espectadores, aburridos de escuchar siempre los mismos porcentajes del PSOE, las mismas evasivas del PP y los mismos latiguillos de IU, terminarán probablemente distinguiendo el gato de la liebre; tal vez entonces los candidatos se decidan a no enchufar sus fatigosos diskettes cargados con respuestas preparadas -vengan o no a cuento de las preguntas sobre las virtudes propias y los pecados ajenos.
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