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Nicklaus revive su leyenda en el Masters

El Masters revivió ayer la leyenda de sus leyendas. A sus 53 años de edad, el estadounidense Jack Nicklaus desempolvó su varita mágica y dirigió la pelota con su maestría característica, la que le ha permitido coleccionar más triunfos que nadie: seis. Con 67 golpes (cinco bajo par), el campeón más viejo de Augusta —en 1986, a sus 46—comparte el liderato con sus compatriotas Larry Mize, Corey Pavin, Lee Janzen y Tom Lehman. José María Olazábal se situó a la expectativa, con 70 (-2), y Severiano Ballesteros concluyó con 74 (+2).

A diferencia de otros torneos., el Masters crea sus mitos, pero no los devora. Su obsesión es cuidar de que, victoriosos o no, se paseen por su campo en olor de multitud. Los aficionados les saludan con la fuerza del respeto, los jóvenes, y del cariño, los que ya dejaron de serlo. Sus grandes golpes se festejan con alborozo aunque sean intermitentes. Cuando no lo son, cuando se suceden unos a otros como en el caso de Jack Nicklaus —un eagle (-2) y cuatro birdies (-1) por un bogey (+1)-, la euforia se desborda. El vencedor de 1963, 1965, 1966, 1972, 1975 y 1986 dominó la bola a su antojo y, como en sus mejores tiempos, se situó a la cabeza desde el principio.

"Arnold no sólo me relaja, sino que también me inspira", comentó, sonriente, Nicklaus. Su referencia a Palmer era obligada. Con 63 años a sus espaldas, la otra gran figura legendaria del golf estadounidense tuvo igualmente un comienzo arrollador: tres birdies consecutivos con el estilo que le llevó a imponerse en cuatro ocasiones en Augusta. Nicklaus, que caminaba varios partidos detrás, se complacía mirando los marcadores de su máximo adversario en los 60 y se estimulaba con ellos. Por supuesto, Palmer no pudo mantener semejante ritmo y acabó con 74. El, sin embargo, sí que lo resistió y firmó 67. Es su mejor resultado parcial desde 1981, cuando estableció en la segunda vuelta su plusmarca: 65. "En las vísperas siempre me pregunto: ¿por qué no una vez más?", confesó.

Nicklaus, eso sí, no se quedó solo. A su lado se colocaron sus compatriotas Larry Mize, Corey Pavin, Lee Janzen y Tom Lehman. El primero se vistió la simbólica chaqueta verde en 1987 probando, aunque por casualidad en un desempate con Severiano Ballesteros y el australiano Greg Norman, que podía ser profeta en su pueblo, pero el segundo es más consistente y, por tanto, reúne más opciones para el título. Pavin ya lo rondó en 1992, cuando terminó el tercero, a tres golpes de Fred Couples, el hombre que devolvió a Estados Unidos el orgullo que le habían arrebatado el escocés Sandy Lyle —73 ayer—, el inglés Nick Faldo —-71-— y el galés lan Woosnam —71— con sus éxitos desde 1988 hasta 1991 inclusive, pero que en esta baza se conformó con 72. Componente del equipo de su país en la última Copa Ryder, Pavin ha acumulado ya, a sus 33 años y con diez victorias en su circuito, suficiente experiencia para aspirar a todo.

A todo pretende aspirar asimismo Olazábal, el segundo, tras Woosnam, en 1991. "Algún día ganaré el Masters", insistió en una reciente entrevista concedida a EL PAIS y, por lo pronto, sus papeles —70, gracias a dos birdies— casi se hallan en regla para intentarlo esta semana. Sí, casi. Sobraría esta matización si sus putts en torno a los cuatro metros de distancia del agujero cobrasen mayor potencial. "Pega muy bien a la pelota, pero…" Lo dijo Sergio Gómez, su representante. Fue una pena, en efecto, que ayer desperdiciase, aunque por milímetros, varias oportunidades de birdie por no estar tan ajustado con el putter como con el driver y los hierros, con los que realizó buenas aproximaciones a la bandera.

La suerte, quizá más imprescindible en el golf que en otros deportes, tampoco tendió la mano a Olazábal. Por ejemplo, en el hoyo 9. Su bola había caído en un bunker junto al green. Olazábal miró y remiró su posición. Se tomó los segundos necesarios para calibrarla con exactitud. Después se metió en la arena con gesto decidido. De puntillas, se alzó para divisar su objetivo y, ya a ciegas, hundido en el desnivel, batió su palo con elegancia para que la pelota describiera un arco perfecto, botase a un par de metros de su destino y, con efecto, echara a rodar hacia él. La fatalidad quiso, no obstante, que sólo lo tocase y el birdie se esfumara. La decepción de los espectadores no fue menor que la del vasco.

El mal menor

Mientras tanto, Ballesteros se superó en cierto modo a sí mismo. Rebelde ante su crisis, frente a sus dolores de espalda ahora aletargados, cubrió el recorrido con 74 (tres birdies por cinco bogeys), una marca entonada dadas sus circunstancias y el detalle de que en los primeros seis hoyos hubiese acumulado tres de sus bogeys. Aquello se antojaba, sí, una andadura hacia el desastre, pero su espíritu batallador no ha abandonado al cántabro. Por eso siguió comportándose con tenacidad a pesar de sus drives —"han sido mi gran hándicap", reconoció—, erráticos a menudo y que en el 5 incluso le condenaron a que su segundo tiro, desde la arboleda, restallase contra un tronco.

Clasificación

1°. Nicklaus (EE UU), Mize (EE UU), Pavin (EE UU), Janzen (EE UU) y Lehman (EE UU), 67 golpes. 6°. Floyd (EE UU, Langer (Alemania) y Huston (EEUU), 68. 14°. Olazábal, 70. 22°. Player (Suráfrica), Watson (EE UU), Faldo (Inglaterra) y Woosnam (Gales), 71. 54°. Ballesteros y Norman (Australia), 74.

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