_
_
_
_

La gran noche de Tita Cervera

Arte, cultura y sociedad en la fiesta del año que precedió a la apertura del Museo Thvssen

"¿Hay ricos?", preguntó Ira de Fürstenberg. Julio Ayesa, experto en alta sociedad, que siempre dice que esto no es la Costa Azul, se encogió de hombros y replicó: "No muchos". Sin embargo, había de todo. En algunas mesas se hablaba de arte; en otras, del posible título nobiliario que les puede caer a los Von Thyssen en reconocimiento a la magnífica colección que nos han prestado, y en otras, del noviazgo de Francesca, hija del barón y Fiona Campbell, con Carlos de Habsburgo.Fue la gran noche de Tita Cervera. Ella misma confesó a este periódico: "Sí, puede que estos últimos días sean los más felices de mi vida". Iba vestida de rosa azúcar cande, de rosa El destino de Sissí, de rosa como los sueños que se cumplen. La noche, en lo que se refiere a invitados -fueran ricos o no-era de categoria.

Escultores y arquitectos como Xavier Corberó, Oriol Bohigas y Rafael Moneo, autor de la remodelación del palacio de Villahermosa, o el presidente de la Malborough de Nueva York, Pierre Levai. Nombres extranjeros de postín, como Arlette Mitterrand esposa del hermano mayor del presidente francés, o la baronesa de Portanova, que tiene un jet personal que decora de acuerdo con la ocasión en que viaja y una casa en México con una piscina en la que reproduce un oasis y camellos de mármol de tamaño natural.

A las nueve de la noche los focos y bastantes amas de casa acechaban a la entrada del hotel Palace para espiar a las personalidades que iban llegando, seguidas unas de otras como cuentas de collar. El barón Von Thyssen, flanqueado por sus dos hijos mayores, recibía a los invitados con una copa de rioja en la mano y un talante décontractée, cosa sin duda de la nobleza. Cuando llegó la duquesa de Badajoz, en cuyo honor se daba la fiesta -y de alguna forma en recuerdo del difunto duque, inicial propulsor de la do ' -nación-, Tita Cervera, que llevaba una gran rosa y un lazo en el pelo por si le faltaban etcéteras a su traje de Scherrer, se precipitó de hinojos y la saludó con tal gracia que, verdaderamente, .merece otro título.

Quien de verdad se comió el mármol fue Gunilla von Bismarck, vestida de Barbie la Sirena, con un modelo de escamas escarlata tan ajustado que cuando corrió a besar a Tita -parece que la baronesa no la quiere nada- fue a dar de bruces contra el suelo. Y fue la primera caída de la noche. Siguieron tres bandejas: los camareros estaban superados por la cantidad y la calidad de la demanda y en alguna ocasión perdieron el oremus entre un redoble de cristalerías.Pero el feliz cuento de hadas culminó como debe ser. Con un baile que, poco antes de la medianoche, iniciaron Von Thyssen y la duquesa de Badajoz. Nada menos que Serenata a la luz de la luna. Roto el fuego, la pista de la rotonda del Palace se llenó de parejas increíbles y perfumadas. Julio Ayesa acorraló al embajador de Suecia para decirle: "Nos veremos esquiando, soon". Casi era la Costa Azul.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_