"Se mofó del islam y hoy está muerto"
Egipto se enfrenta a un resurgir violento del extremismo musulmán
El escritor egipcio Farag Foda, asesinado en una calle de El Cairo hace un mes, fue la primera víctima de la nueva campaña de extremistas musulmanes de la Jamiat Islami. Así lo definen sus asesinos. Habrá más muertos, dicen. Mientras el Gobierno de Hosni Mubarak trata de contener la escalada de violencia islámica en el alto Egipto y en El Cairo, los extremistas se aprestan a seguir golpeando.
A la entrada de la mezquita de Al-Rahman (la misericordia), un joven barbudo de unos treinta años distribuye ejemplares del periódico de la Jamiat Islami. La última edición trae una innovación en la primera plana: es un pequeño dibujo que muestra a un hombre disparando una metralleta a quemarropa contra otro. Este último tiene los brazos en alto. Al lado del pistolero, la figura de un motorista que espera.Los extremistas musulmanes quieren, obviamente, que su mensaje supere la barrera del analfabetismo. A Farag Foda lo mataron ellos y están orgullosos. "Sí, matamos a aquel que odiaba y combatía el islam", dice la primera línea del editorial.
Farag Foda era uno de los más ardientes críticos del fundamentalismo islámico, y su muerte ya ha comenzado a tener efecto. Muchos intelectuales egipcios piensan ahora dos veces antes de atacar a la Jamiat Islami o a la temible Yihad. El asesinato de Foda a plena luz del día ilustra la impotencia de la policía.
Mustafá es un ingeniero de 35 años, expresión serena, barba desaliñada y galabiya impecable. Sentado con las piernas cruzadas sobre la alfombra del salón de una modesta casa de Asiut, parece un inofensivo campesino. Ésa es una impresión engañosa. "No te voy a dar mi nombre completo", dice con voz grave y, apuntando a mi libreta, ordena con el índice: "Pon sólo que soy la voz de la Jamiat Islami. Si algún otro te ha hablado en nombre de nuestra organización, olvídalo. Nadie más que yo habla por la Jamiat".
Los musulmanes de Egipto, dice, son víctimas de la política de un Gobierno blasfemo, inepto, corrupto y represivo. Los enfrentamientos con la policía, provocaciones deliberadas. Los ataques contra la minoría copta, una respuesta a vejaciones y una defensa contra los diabólicos designios de los infieles. "Nuestra paciencia se ha acabado", dice.
Para la Jamiat ha llegado la hora de actuar.
El asesinato de Farag Foda marca un punto crucial en la campana integrista en Egipto. Ha sido una especie de advertencia final. Según la Jamiat, tarde o temprano caerán los que quieren aplastar el movimiento integrista. Tienen armas, están bien organizados y cuentan con comandos operativos en las miserables chabolas de El Cairo. Algunos analistas dicen que los integristas podrían movilizar hasta 5.000 hombres en el alto Egipto, pero Mustafá desmiente versiones de que la expansión de esta campaña guerrillera urbana es financiada por Irán, Sudán o Arabia Saudí. "Si tuviéramos ese apoyo, hace tiempo que nos habríamos hecho con el poder", dice con una ligera sonrisa.
"Mubarak tiene que ser depuesto, como lo fue Sadat", dice sin dar más pistas de los planes de los mismos integristas que acribillaron al presidente egipcio en 1981. Fue ese asesinato, reivindicado por la Yihad, el factor que impuso la legislación de emergencia de la cual el Gobierno se sirve para perseguir y torturar a prisioneros políticos.
Mustafá dice que 85 de sus compañeros han muerto en prisión y que las fuerzas de seguridad secuestran a los familiares de sospechosos. "Estamos sólo respondiendo a las acciones del Gobierno", dice. "Bala por bala. Si dejarán de perseguirnos, si escucharan nuestra voz, las cosas serían muy diferentes", añade. "En cambio, lo que hay es violencia y terrorismo estatal. Para colmo, el sistema apoya a gente como Foda, ese agente del imperialismo y de Israel que se mofó del profeta, que insultó al islam y pidió que se nos combatiera con fiereza. Por eso está hoy muerto."
Mustafá pone fin a la entrevista con una sentencia: "Vamos a matar a todo aquel que mantenga las ideas de Foda. Podemos hacerlo". Hace una pausa. "Lo importante es que somos capaces de hacerlo".
Mustafá se despide, y, antes de perderse entre las polvorientas calles de Asiut, pasa por un rudimentario control policial. Los centinelas están bostezando bajo un alero.
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