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Absuelta una joven francesa que mató de un tiro a su padre, un violento neonazi

Ida no irá a la cárcel por haber matado a su padre de un tiro en la nuca. Incluso en el momento fatal en que apretó el gatillo, con 17 años, actuó más como víctima que como verdugo, según acaba de decidir un tribunal de la localidad francesa de Douai. El padre de Ida, un neonazi varias veces condenado por agredir a inmigrantes árabes, había convertido su hogar en una infernal reproducción del bunker de Adolfo Hitter en los días de la caída de Berlín.

El 18 de julio de 1989, Ida, aprovechando que su padre dormía una siesta, le colocó en la nuca una pistola Luger y disparó. Jean-Claude Beaussart, tenía 42 años, esposa y cinco hijas y era militante del Partido Nacionalista Francés y Europeo (PNFE), un grupúsculo neonazi declarado ilegal en Francia por sus atentados racistas. Era tan violento que fue expulsado del ultraderechista Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen. También adoraba las armas. Murió, de hecho, de un disparo de su vieja Luger.Beaussart, que era guarda del castillo de Corvier, feudo de los neonazis franceses, llevaba permanentemente encima una granada. En 1984 colocó una cruz gamada, con la inscripción "Muerte a los moros", en la puerta de la casa de Karim Benhamida, un inmigrante tunecino que sería asesinado horas después. La justicia no pudo probar su participación en el asesinato, pero lo encarceló ocho meses por amenazas.

En las dos semanas que precedieron a su muerte, Beaussart había acentuado la presión sobre su esposa y sus hijas. Les acusaba de ser las cómplices de la fuga de Christine, la hija mayor, que acababa de irse a vivir con un chico italiano. "Yo quería proteger a Christine", dijo Ida a los jueces. Y también: "Yo no quería a mi padre y él no me quería".

A las escuetas declaraciones de Ida, su abogado y los otros miembros de la familia añadieron todo un panorama de violencia. Había colocado una cuerda en la casa y decía que en ella colgaría a Cristine por los pies. También había abatido a Ida con patadas en el vientre para hacerla hablar y amenazaba con matarlas a todas, si Cristine no volvía. Todas habían sido obligadas a vivir en un universo fantasmal de culto a la raza blanca, himnos marciales, uniformes paramilitares y homenajes a Hitler.

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