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Solchaga, sin 'sparrings'

El plan de convergencia es, a juicio del autor, un buen argumento para entablar un debate sobre política económica de - mayor calado que el que se está dando estos días. Añade que el plan tiene bastante coherencia interna y, aunque con reservas, observa dosis considerables de realismo y viabilidad.

El debate de ideas y modelos económicos anda en nuestro país por los suelos. Mientras tanto, Solchaga lleva razón.A uno, el programa de convergencia le parece sencillamente razonable, es decir -que no es poco-, que se puede razonar. Después de un par de años de calidad de política económica inferior a la del periodo anterior -el presupuesto de 1992 fue simplemente un error-, es bueno retomar unas guías conductoras de la acción que comprometan el futuro despejando expectativas.

Uno de los aspectos más importantes, quizá una clave, del programa recién emitido es el explicitar una cierta contricción acerca de la economía del sector público. Este andar a la contra en las tendencias del peso del sector público en la economía con respecto a Europa -nos encontramos subiendo las escaleras con los vecinos que las bajan- ha de corregirse drásticamente. Solchaga y Serra lo saben. Felipe, desde luego, también, porque todos son conscientes de los límites de la socialdemocracia aplicados a nuestro país.

Creo que el diagnóstico de Adolfo Suárez sigue siendo válido: el país es de centroizquierda, pero, en cambio, o al mismo tiempo, pienso que el ingenuis,mo sobre el sector público ha cedido mucho y está en pleno proceso de revisión. El "esto, ¿quién lo paga?" es afortunadamente práctica usual de la opinión. Nuestra crisis fiscal es ya de manual. La ineficiencia pública, los "fallos del Gobierno", son cada vez más percibidos.

La izquierda tradicional no acaba de asumir este nuevo eje de la opinión pública. Es una fina percepción gubernamental proyectar contener el gasto nominal público en pautas iguales o por debajo del PIB nominal, como ha de ser ahora. Si a ello añadimos la preservación de las inversiones públicas, asistiríamos a una sana reestructuración del gasto público con necesarios programas de reducciones en el consumo público. Parece que ello implica reformas en la Administración largamente propugnadas por una parte de la opinión y que constituye un, trabajo duro imprescindible.

Frenar estímulos

Éste y el crecimiento económico son los principales vectores para reducir el déficit. Si en lugar del 1% como meta nos quedamos en el 2% del PIB, a uno le da un poco igual. Pero la presión tributaria efectiva ha de tomarse un descanso si no queremos frenar estímulos inherentes al sistema.

Por ahí anda el cogollo, que alcanza, claro está, a -ya necesarias- economías en ciertas transferencias sociales que han tenido con el PSOE, y ello se dice muy poco, una verdadera explosión en el periodo 1984-1991. Cuanto más creamos los socialdemócratas en las virtualidades de las atenciones públicas, más interés tendremos en su poda para posibilitar su sano crecimiento. Sí, hay que controlar y limpiar. Esta economía, en nuestro desafío de competitividad, no puede permitirse encaminarse hacia un estado de bienestar de clases medias... Y en nuestro actual nivel y patrón distributivo de rentas personales los precios han de recuperar su papel de señales en varios sectores públicos.

Con esta drástica reconversión de la economía pública se daría un paso decisivo en la contención de la inflación (junto con otras medidas estructurales, de oferta, cuyo coste, entidad y tiempo de efectividad analizamos poco los economistas). El medio punto anual de diferencial parece pausado, viable.

Y ante todo esto, ¿qué debate tenemos? No creo que sea ya el nivel de debate que el país se merece. De un lado, y grávidamente, las ideas económicas de laoposición son harto confusas. El PP pierde en los avatares del oportunismo todo dibujo de alternativa económica. ¿Qué dibuja? En realidad, el sentido del movimiento gubernamental le come el terreno, ya que no se decide a asumir los costes políticos de un mensaje nítidamente liberal, a emprender su pedagogía decidida. ¿Realmente, el programa de convergencia no converge con la filosofía económica de los buenos trabajos -hasta 1988de Luis Gámir, su portavoz económico? Y en sus propias filas, del PSOE, esto del maruganismo nunca ha ido muy lejos.

Culturización

Tenemos planteado un grave problema en la culturización económica de la opinión, lo que convoca responsabilidades de los economistas y de los medios audiovisuales. Nuestros liderazgos y prestigios en este terreno andan angostados en demasía: hay que abrir el juego. Profesionales como Argandoña, Cabrillo, Cuadrado, Esteve, Gala, García Durán, Lasuén, Marí Espluga, Martínez Estévez, Monchón, Montoro, Solé, Tamames, Trigo o Vallés, pongo por caso, tendrían que salir más a la palestra pública, al debate... Y hay un largo camino a recorrer en la mejora de la información pública que adolece de la falta de profesionales con Teoría III y Política I, aprobadas, para entendemos. Las tan influyentes tertulias son de un analfabetismo económico alarmante, que es uno de los ingredientes básicos del amarillismo.

Las reacciones sindicales se producen en este caldo. Solchaga tiene también razón: en otro aspecto jamás hemos visto un verdadero programa económico sindical -global, coherente, viable- que asuma una cierta responsabilización en la economía nacional. En cuanto se llega a inversión y tasa de ganancia, a exportaciones y balanza comercial, a déficit e inflación, ejercen un desentendimiento total. Si el señor Zufiaur sigue intentando racionalizar en estas dimensiones... Son frentes juveniles, no aceptan aún las consecuencias, los efectos derivados de sus propios actos.

Hay posiciones más escépticas que la mía acerca de la viabilidad del programa gradual de ajuste. Me quedo con la del profesor Joan Sardá i Dexeus: "Mire usted, joven; mi escepticismo va más allá de mi mala nota para los dos últimos años, ya que alcanza a las propias propuestas de Maastritch para Europa".

es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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