Puro teatro, pura vida
Días pasados, un ataque al corazón acababa en Nueva York con la vida de La Lupe, una de las más exuberantes figuras de la música afrocubana. Después, el diario latino La Prensa se asombraba de que su funeral hubiera convocado multitudes: aunque olvidada por la industria musical, La Lupe contaba con numerosos devotos de su estilo excesivo y torrencial.Entre ellos estaba Pedro Almodóvar, que usó la voz de La Lupe en su película más conocida, Mujeres al borde de un ataque de nervios: dentro o fuera del escenario, ella era la encarnación del arquetipo almodovariano, un ser mercurial, una mujer desaforada.
Todo lo que se sabe de ella está salpimentado con hipérboles, escándalos, bulos. ri programa de televisión en Puerto Rico que se tuvo que interrumpir cuando ella empezó a rasgarse el vestido. El asombro de Pablo Picasso, que reconoció en ella a "un genio". El deleite de Ernest Hemingway, que se apresuró a consagrarla como "la creadora del arte del frenesí".
Se llamaba Lupe Victoria Yoli Raymond y había nacido en Santiago de Cuba (como Celia Cruz, se negaba a dar la fecha). De familia pobre, se empeñó en estudiar y llegó a trabajar como maestra. Hasta que se presentó a un concurso de aficionados en una emisora y ganó con una desmelenada imitación de Olga Guillot.
Cuando se estableció el régimen castrista, pudo beneficiarse de la atención especial que los nuevos jerarcas prestaron a todo lo afrocubano, pero resultó ser una artista demasiado inflamable, ajena a dirigismos culturales, tan turbulenta en su vida privada como en sus actuaciones. Al poco, ya estaba instalada en Nueva York, donde inició una espléndida colaboración con el gran Tito Puente.
Los sesenta fueron sus años triunfales. Entonando sus gritos de guerra, el "ay, yi, yi, yi" y el "ahí na má", se apoderaba de todo tipo de canciones, convirtiéndolas en arrogantes celebraciones de su poderío artístico y su feminidad desbordante. Saltaban chispas cuando tenía a su disposición bolerazos de Tite Curet o Lolita de la Colina, donde cambiaba el tono suplicante habitual en el género por un registro pendenciero o vengativo.
Que conste que La Lupe no se limitaba: merengues, guarachas, lo que llamaba slow rock, canciones venezolanas y hasta rumba flamenca. Tal vez fue esta energía desordenada lo que dificultó su integración en el naciente movimiento de la salsa: al pasar al sello Fania, las grabaciones fueron espaciándose y no volvió a hacer pie.
El resto es declive y horror. Se casó y se divorció dos veces, bautizó a uno de sus hijos como Rainbow (Arco Iris), se arruinó, dejó la música. Sus colegas hablaban de ella en términos vagos, incómodos ante una figura que rompía el perfil conservador del artista salsero. Que se quemó su casa, que había quedado paralizada por un accidente, que vivia en las calles. La gran santera, invocadora de lejanos y poderosos dioses africanos, terminó "convirtiéndose al Señor". Rehuía los encuentros con periodistas que seguíamos sus pasos movidos por ese raro morbo que despiertan los perdedores y los arrepentidos. La antigua fiera, aquel prodigio de irreverencia y malicia, ya no quería saber nada de los idólatras.
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