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COMPETICIONES EUROPEAS DE FÚTBOL

Beenhakker no cuida el estilo del Madrid

VICENTE JIMÉNEZ, ENVIADO ESPECIAL, Ocho partidos, siete alineaciones distintas. Beenhakker no cuida el estilo del Real Madrid Tampoco se estilaba en Chamartín considerar como bueno un empate con un rival tan escaso como el Sigma y el 1-1 de ayer lo fue. Por varias razones.

Beenhakker da mucho bombo a los rivales. Es una actividad temerosa. De ese miedo procede tanto cambio en las alineaciones, lo que no suele ser un rasgo propio de los campeones. A unos días de visitar el Camp Nou, buenos jugadóres del Madrid, importantes, no tienen la confianza de sentirse titulares. Eso se nota en el cam po. Ayer le tocó a Gordillo, por ejemplo, con quien no había contado el técnico holandés hasta el momento.

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Beenhakker dijo que había que tapar las bandas. Hace un par de temporadas, el Madrid no tapaba las bandas, las corría.También repescó a Milla. El técnico quería controlar el balón ante el Sigma. Extraño El balón hay que controlarlo siempre, no sólo en Olomouc Beenhakker emplea como remedios de urgencia propuestas aplicables desde el primer día La de ayer fue, por ejemplo una alineación lógica, pues devolvió a Michel a su banda y limitó a Villarroya a labores des tructivas, aunque, como se vio después, esto último no sirvió de mucho. Pese a todo, el Madrid encarriló la eliminatoria gracias al trabajo de sus hombres en un partido alterado, malo e incómodo.

Hubo mucho de lo que el lenguaraz Maguregui definió en su día corno fútbol galáctico, aquél que consiste en mantener el balón lo más alejado posible del suelo. De esta circunstancia obtuvo mejor rendimiento el Sigma, ya que su relación con el esférico, salvo excepciones como Hapal o Marosi, es más bien áspera. Sin la pelota, el Madrid no encontró el guión del encuentro y padeció los rigores de los equipos menores, pero corajudos: balonazos, desorden, carreras por aquí, carreras por allá, griterío de la apretujada peña local y virilidad, eufemismo válido para definir tan abundante repertorio de tarascadas, moquetes, empujones, patadas y demás zarpazos a diestro y siniestro.

Mientras el cuero iba a la suya, despreciado por todos, el Madrid decidió participar del desaguisado a pesar de que Beenhakker dibujó una alineación que pretendía el efecto contrario. Plantó a Milla en la zona ancha para trazar alguna que otra línea recta, desplazó a Michel a la banda derecha con la sana intención de sacar brillo a Llorente y a Butragueño y sacó a Gordillo del formol para tapar la banda derecha. Lo mejor: Beenhakker dejó caer a Villarroya sobre el veloz Hapal, lo que redujo la faena del voluntarioso madridista a labores destructivas, para las que está mejor dotado. Quiso el infortunio que Villarroya fuera parte activa en el gol checoslovaco. La pífió al cometer primero la innecesaria falta de la que partió el tanto y marró después al permitir que Hapal tuviera espacio para volar, cabecear y desbordar a Buyo.

Sin embargo, el Sigma había apuntado desde el primer minuto un profudo desequilibrio entre su frescura ofensiva y su canguelo defensivo. Delante contó con hombres capaces de imaginar acciones improvisadas y ejecutar. Detrás, timoratos con pies de lana. Hapel es un jugador enorme. Kovar, el marcador de Butragueño, un timo. Puestas así las cosas, el Sigma tenía malas intenciones en la ofensiva, pero desbordaba generosidad en la defensiva: toda su fuerza intimidatoria se diluía en cuanto el balón visitaba las cercanías de su guardameta.

La consecuencia que podía tener una estructura tan desequilibrada se intuyó desde el momento en que Kovar soltó dos patadas al aire en el primer minuto de juego en un intento de despejar o matar al Buitre: en cuanto el balón bajara el suelo, el Madrid tendría el partido en el cesto.

Así fue, con gol importante de Hierro incluido, hasta el minuto 71, cuando Villarroya decidió dejarse ver de nuevo. Se encontraba el Madrid relajado en esos momentos, con el balón en los pies y las ocasiones a punto -Llorente, m. 46 y m. 78, y Michel, m. 54-. Todo parecía cuesta abajo cuando Villarroya,- en una jugada atolondrada, recibió la segunda tarjeta amarilla y se fue a la ducha. El suceso coincidió con la sustitución de Butragueño, en cuyo lugar entró un defensa: Maqueda. Luego le tocó marcharse a Milla, lo que consumó el desbarajuste.

En unos minutos, el Madrid volvió a verse en un laberinto. Aguantó, pues no tuvo más remedió entonces que recurrir a aspectos menores e impropios del juego, como el balonazo apagafuegos y las pérdidas de tiempo. Logró así enviar la resolución de la eliminatoria al Bernabéu. Empresa fácil se antoja ésa por lo poco que ayer dio de sí el rival, que puede caer en pedazos ante un acoso mínimamente solvente.

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