Blanca ganó la primera medalla del 92
Blanca Fernández Ochoa puede retirarse tranquila. Sus lágrimas de emoción y alegría en la meta tras conseguir la ansiada medalla fueron elocuentes. No importó que sólo fuera el bronce, porque al fin había llegado el premio a tantos esfuerzos y a tantos sinsabores en los momentos culminantes. Blanca, en la elite del esquí mundial desde hace más de ocho años, se podrá ir sin frustración. Suya ha sido la primera medalla olímpica española en el 92. El oro fue para la esquiadora más completa de los últimos años, la austriaca Petra Kronberger, y la plata para la revelación de la temporada, la neozelandesa Coberger.
Blanca confirmó sus aspiraciones ya en la primera manga. Hizo el segundo mejor tiempo, 48.25 segundos, sólo tres centésimas más que la norteamericana Julie Parisien, y el primero intermedio, 25.54. Arriesgó muchísimo en la parte alta de los 480 metros, pese a que poco después de las 10 de la mañana el sol aún no había derretido las placas de hielo que tenía en la nieve dura.Las condiciones eran ideales para la española y estaba en su último día, en su última oportunidad. Para ganar tenía que arriesgar. Había calentado los músculos como todas las mañanas antes de ir a la pista a las siete a entrenarse y a reconocer el primer trazado. No era difícil, las 58 puertas no ofrecían dificultades especiales para los giros, pero se necesitaba mantener el ritmo, la velocidad, con movimientos rápidos y apoyos cortos para cambiar la dirección de los esquíes dejándolos deslizar.
Blanca, tras una primera parte magnífica, en la que pasó sus esquíes cerquísima de los palos, tuvo que retenerse algo al final pues pareció perder un poco de ritmo en su velocidad. Si hay que buscar un principio de razones técnicas por las que sólo consiguió el bronce, pudo estar ahí. De haber seguido el ritmo inicial, tal vez hubiese sentenciado la carrera en la primera manga. Pero la tensión también cuenta y, sobre todo, que la caída o el error rondaban en su mente.
Tenía que pasar no sólo esa manga, sino la segunda. Y estaba perfectamente colocada, aunque nada se había decidido. Doce esquiadoras estaban en menos de un segundo de margen y Petra Kronberger a tres centésimas de ella, el mismo margen que le separaba de Parisien. Incluso Vreni Schrieider, la gran rival suiza, especialista en segundas mangas, estaba sólo a 40. Aunque parecía atenazada por la responsabilidad de lavar la cara al fracaso del equipo suizo, también tendría que jugársela.
En el largo intermedio de cuatro horas entre las dos mangas Blanca comió fruta y dulces que le permitieran tener rápidamente glucosa en sangre. Y estuvo con los entrenadores y el psicólogo para soportar lo mejor posible la tremenda presión. El segundo trazado iba a ser aún más rápido que el primero, a estar colocadas las puertas con mayor separación (56 puertas en lugar de las 58 de la primera manga) y era fácil presumir que un ritmo más vivo provocase más eliminaciones. Así sucedió: en la primera había caído la sueca Wiberg, la vencedora en el gigante; después les sucedió lo mismo a las austriacas Maierhofer y Strobl, junto a la subcampeona mundial, la eslovena Bokal.
Antes de tomar la salida, ya se había producido la decepción de Schneider, muy agarrotada, pero se había confirmado la última revelación, la neozelandesa Coberger, que iba a hacer el mejor tiempo parcial. Inmediatamente antes que Blanca, Kronberger mostró su talla y su segundo mejor tiempo, 44.40, puso a la española en una situación difícil para el asalto a la medalla.
La española esquió peor que en el primer recorrido, perdió varias veces la línea y hasta se atravesó en alguna ocasión. El recuerdo de la caída de Calgary tuvo que pasar por su mente, porque esquió con precauciones demasiado tranquila, con un ritmo poco vivo, como si fuera a asegurar, y ahí se le acabó de ir el oro. La tensión pudo con ella Con 45.10 hizo el octavo tiempo y fue una angustia ver el siguiente descenso de la norteamericana. Felizmente para Blanca, Parisien bajó mucho más agarrotada aún y ya tenía 21 centésimas más en el tiempo total a mitad de la manga. Cinco centésimas salvaron a Blanca. Después de tantas desgracias alguna vez tenía que sentirse afortunada.
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