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Recuerdo de Sartre

Le estoy viendo de pie a la entrada del café De Flore, cegatón sonriente o irónico. Era lo que se dice una gran personalidad, el mismísimo Yo haciéndose, ser en sí y para sí. No se sentía criatura, sino, creador de sí mismo por obra y gracia del pensamiento puro. De conciencia cartesiana, suyo era rebelde, ateo sublime pronunciándose siempre contra. Dios. No ignoraba, que la conciencia no es sustancia y sufría la nada de su ser, el vacío existencial. Por ello, durante muchos años vivió en sí mismo, los ojos cerrados al mundo que le rodeaba y a los acontecimientos históricos. Escribe El ser y la nada "dans un seul trait", como fulminante iluminación de sus sombras íntimas. Execraba, la facticidad corporal, los hechos brutos, la putrefacción de la carne. En su espléndida novela La náusea describe el horror de la conciencia pura ante la propia corrupción y miseria natural., Esta preocupación autorreflexiva para llegar a comprenderse ex plica su indiferencia política como mero espectador de los acontecimientos históricos. Es tuvo en Madrid en vísperas de la sublevación fascista o en los primeros días, no recuerdo bien, ajeno a la tragedia que se avecinaba. No podía comprender lo que sucedía en el mundo, porque era el secuestrado de París, confinado en la Rue Bonaparte.Actualmente, la derecha intelectual francesa le acusa de no haber participado en la Resistencia durante la ocupación alemana. Sin embargo, terminada la guerra miundial comienza a asomarse a la realidad histórica. En su prólogo a La fin de l'espoir, cuyo autor se ocultaba tras el nombre de Juan Hermanos, por primera vez oye clara y nítidamente el grito de desesperación de un militan te de la resistencia antifascista española. Poco tiempo,después de pub¡¡car este libro coincidí con él en la Brasserie Lipp, y le pregunté quién era el verdadero autor de esta obra. Amable, pero muy seriamente, me contestó que no podíadecirlo. Dadas las circunstancias que vivíamos, comprendí y justifiquésti reserva. No obstante, persistía su neurosis, como él llamaba a su secuestro voluntario y confiesa en sus Cahiers.

Del ensimismamiento meditativo despierta al descubrir, la existencia como pasión dolorosa y la presencia angustiosa de la muerte a través de la lectura de la obra de Heidegger. Entonces comienza a vivir realmente los conflictos humanos y el desgarramiento existencial. Henri Lefebvre señaló proféticamente "que la descripción fenomenológica o existencial de la conciencia le llevaría a una investigación de las relaciones de la conciencia con el Otro", es decir, suyo puro tiene que buscar una totalidad donde insertarse. Comprende que el escritor, el filósofo, el poeta, el artista no pueden permanecer ajenos a los conflictos históricos, deben participar en ellos, y así co mienza su compromiso político.

En Questions de méthode declara que abandona el existencialismo como ideología personal para buscar un conocimiento onmicomprensivo del mundo, que se encuentra en el marxismo. Esta conversión filosófica de Sartre, anticipada por Heidegger, "la fenomenología y el existencialismo podrán entablar un diálogo fecundo con el marxismo", es la lógica consecuencia de su apertura al mundo, histórico y, de su creciente compromiso político. Sin embargo, George Steiner afirma que la obra filosófica de Sartre carece de originalidad y constituye una extensa nota a la obra de Heidegger. Es el mismo disparate que decir que el concepto de la angustia del filósofo alemán es un largo comentario a la filosofía existencial de Kierkegaard. Las diferencias y hasta discrepancias son bien notorias: El existencialismo es un humanismo de Sartre, provocó la réplica Carta sobre el hwnanismo, de Heidegger, en la que rechaza toda interpretación humanista de su obra.

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Sartre siempre se negó a considerarse un filósofo, pues para él sólo podían denominarse así Kant, Fichte, Hegel y Marx. Su neurosis existencial continuará nutriéndole, porque se resiste a anegarse en la universalidad genérica, aunque sea histórica. En su prólogo a Le traimé, de André Gorz, propone reconocer la singularidad combativa del yo,y admite que son un hecho los odios mutuos, los temores y las desconfianzas crecientes, porque quienes buscan acentuar su indivudualidad lo que realmente intentan es enmascarar la identidad cierta de los yoes. No obstante, y pese a que experimentamos una aproximación involuntaria entre unos y otros, subsiste el arduo y doloroso conflicto: nuestros mundos nos separan y se ofrecen múltiples ocasiones parab despedazamos.

¿Estaríamos condenados a mantener siempre un equilibrio juicioso e hipócrita entre la natural simpatía afectiva y el odio venenoso que nos destroza y aniquila? Sartre aconseja salir de la falta universalidad abstracta y reconocer estas realidades crueles. Por ello, no, se le puede acusar de espíritu total¡tario, como hacen algunos críticos malevolentes, pues siempre parte del yo privado, que sólo puede superarse reconociendo cada cual su soledad, y para es capar de ella, tender los primeros puentes entre las islas separadas que somos. Por obra de está lenta y difícil comunicación, podremos sobrepasar nuestras individualidades combativas, hostiles, y reunidos admitir y respetar nuestras diferencias. Propone también construir el Nosotros como suprema síntesis conciliadora de los antagonismos, individuales, pero que no sea nunca la entrega sumisa del yo a una colectividad o directrices verticales que exigen el abandono de la inicia tiva personal. Por ello, en Crítica de la razón dialéctica, se empeña ferozmente en justificar la vigencia de los descubrimientos del existencialismo, pues piensa que como el marxismo es una concepción totalizadora del mundo, es necesario ahondar la verdad personal para vivificarlo y llenarlo de contenido. Asimismo se afana en esta obra por incorporar la propia, subjetividad a un movimiento universal y trascendente.

Fue un hombre que sufrió como nadie la neurosis filosófica, ese temor y horror a entrar en contacto con la viscosidad porosa de la materia, y el marxismo, fue una ventana abierta al mundo, que le liberó de la opresión del yo reflexivo. Pero, al mismo tiempo, se resistió toda su. vida a disolver su individualidad en la totalidad social. El Todo. como acto totalizante se convierte, según él, en una relación entre las partes, o sea, individuos, unidos que comparten libremente su multiplicidad. Por esta razón, rechaza la dialéctica de la naturaleza que suprime al hombre y desintegra en el universo sus relaciones humanas¡ sus pensamientos verdaderos o falsos, sus actos y objetivos propios. Es desde la interioridad del hombre que emerge la historia y la sociedad como totalidades cambiantes. La praxis individual es, para Sartre, el origen de las totalizaciones: series, grupos, historias. A este respecto, afirma que la estructura de ciertos objetivos del grupo en fusión se descubre a través de la actividad de cada uno, exigiendo su unidad la praxis de todos.

Sólo desde abajo, del humus terrestre individual se construye el colectivo social. En consecuencia, el Nosotros es libre ubicuidad del, yo, en tanto que multiplicidad interiorzada. En otras palabras, el yo se concierta e identifica con los otros para crear la actividad del Yo colectivo en un continuo desplazamiento circular. La libertad se mantiene así intacta, pero no se atomiza porque se objetiva en un Todo provisional.

Vemos que Sartre salvaguarda siempre la libertad, la individualidad, el Yo, de la supuesta tiranía del colectivismo autor¡tario. "El Voltaire de nuestro siglo" sigue estando más vigente que nunca. Su filosofía, a pesar de lo que afirman sus críticos liberales y derechistas, es el tema de nuestro tiempo.

Admirado y odiado, permanece vivo en nuestra meditación cotidiana porque todavía se sufre y angustia la misma antítesis que le desgarró toda su vida: la conciencia solitaria del Yo y la necesidad de una fraternal e igualitaria comunidad humana.

Para terminar, quiero contar una anécdota que confirma el re Cuerdo y presencia de Sartre en el pueblo francés. Hace un par de años fui a comer a la Brasserie Lipp, y me asombró que, entre las tantas fotografías, que adornan sus paredes, no había ninguna de Sartre. Le pregunté a un viejo camarero por esta insólita ausencia. Me llevó a un discreto rincón y me dice: "Fue un político peligroso, un revolucionario que hablaba y enardecía a la muchedumbre". Le objeté que era un gran filósofo. "Sí, pero además encabezaba las estaciones por este mismo Boulevard Saint-Germain y asustaba a los clientes que venían aquí. Puede comprender que no era muy que ¡ido por el propietario".

Carlos Gurméndez es ensayista, autor de La melancolía

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