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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Memoria en las venas

NO PUEDE decirse que el XIII Congreso del Partido Comunista de España (PCE), clausurado ayer en Madrid, haya resuelto los problemas fundamentales a los que se enfrenta esa formación, pero sí que ha conseguido evitar lo peor. Los problemas son los derivados del desplome del comunismo en los países en que tenía el poder. Y lo peor hubiera sido la desbandada. Ni ha habido tal ni se han producido esas histerias tradicionales que suelen acompañar al cuestionamiento de la propia identidad por parte de un grupo político. Especialmente si se trata de un colectivo con tanta memoria en las venas como el que ahora dirige Anguita.Al precio de aplazar cuestiones que otros consideraron perentorias y de disimular ciertas contradiccio1 es, el reelegido secretario general no sólo ha evitado .n la ruptura, sino conseguido reducir la disidencia a líimites compatibles con la coherencia organizativa. Alcanzado ese objetivo, Anguita tendrá que demostrar ahora que es capaz de contener el lento desmigajamiento de las fuerzas que se sitúan a la izquierda de la socialdemocracia.

Esas fuerzas recogen en la actualidad cerca del 10% de los votos, sin que sea previsible que tal cifra varíe en función de la fórmula organizativa -coalición o federación de partidos, partido de nuevo cuño- elegida para competir en las urnas. El problema es, por ello, de coherencia política, y no sólo de oportunismo electoral. Algunos dirigentes se preguntaron si tras la refutación práctica de la teoría comunista tenía sentido el mantenimiento del PCE como tal, planteando como alternativa organizativa la disolución de ese partido en la coalición de Izquierda Unida (que pasaría a convertirse ella misma en un partido). Anguita pareció inicialmente partidario de encabezar ese proceso, argumentando que lo importante eran las ideas -el proyecto- y no el instrumento organizativo desde el que se defendieran. A partir de un momento dado, sin embargo, adoptó una actitud más bien defensiva, y su dimisión reciente como coordinador de Izquierda Unida (IU) vino a confirmar que había elegido liderar la resistencia a esa dinámica.

La desconfianza de Anguita ante las presiones exteriores a favor de la disolución es comprensible. La guerra de frases entre dirigentes debió alertarle sobre el peligro de estampida. De hecho, la pérdida de militantes por parte del PCE no se había detenido pese a la recuperación electoral producida en el último periodo. También se entiende que Anguita intentase evitar una polarización entre disolución inmediata o continuidad a machamartillo, que inevitablemente conduciría a la escisión. Se entiende menos que no fuera capaz de ofrecer alguna alternativa integradora, aunque fuera a largo plazo, y que la resistencia la organizase en nombre del marxismo revolucionario. Pues, al margen de la evidencia de que las preguntas permanecen, Anguita parece no participar de la tesis de que son las respuestas -esa doctrina codificada en las recetas del marxismo- las que se han revelado erróneas. Y que la prueba máxima de ello es la incapacidad de tal doctrina para explicar su propia derrota.

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Por eso, la pretensión de que, acabado el congreso se acabaron las discusiones sobre disolución o continuidad, es ilusoria. Si se afirma que el 95% de las funciones del PCE serán asumidas por IU, no se ve qué sentido pueda tener la idea de la renovación de la formación de que Anguita es secretario general. Esa contradicción no podrá dejar de suscitar preguntas y debates. Pero es cierto que la situación puede prolongarse largo tiempo. Pues, aunque se produzca un lento goteo, es dificil que el grueso de los militantes de un partido con tanta carga emocional acepte como natural la idea de la desaparición. Para que tal cosa ocurriera sería necesario un líder dispuesto a arriesgar su posición en la defensa de ideas que vayan más allá de lo que espontáneamente piensa la mayoría de sus seguidores.

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