Pelendones en el foro
Una asociación centenaria de orígenes celtas subsiste en la gran urbe
Se establecieron en Madrid hace más de un siglo, el 16 de junio de 1885, fecha en la que se inscribieron en el registro del Ministerio del Interior con el nombre de Colonia Huertaña, asociación cultural y recreativa cuyo objetivo fundamental es "la fraternidad, armonía y protección mutua", según consta en sus estatutos. En la actualidad, esta centenaria asociación está compuesta por medio millar de personas de todas las edades y profesiones.
Todos ellos son originarios de un pueblecito burgalés, Huerta de Rey, cercano al importante enclave romano. de Clunia. Descienden de los arévacos y pelendones, tribus celtas que se aposentaron en aquella zona en el siglo VI antes de Cristo. La Colonia Huertaña carece de sede, aunque, a efectos legales, su domicilio social suele ser la casa particular del presidente de turno o el local comercial de alguno de los socios. A últimos del pasado siglo se reunían, al grito de "¡viva san Pelayo!", en una tienda de ultramarinos de la calle de Mesón de Paredes propiedad de uno de los fundadores. Posteriormente, lo hacían en un salón cedido por la Mesa de Burgos, ubicada por entonces en la calle de la Ballesta. Y desde mediados de este siglo celebran sus asambleas, también vitoreando a san Pelayo, en diversos establecimientos, principalmente tabernas regentadas por huertaños. Tan notable nomadismo urbano no ha sido óbice para mantener la unidad y el contacto puntual con sus orígenes. Editan trimestralmente el periódico Zarabí (nombre de un juego infantil local), que se distribuye en Madrid, Barcelona, Bilbao, Cádiz, Valladolid, Burgos, Aranda de Duero y Alemania.
Invasiones
En Madrid, los descendientes de los pelendones no son peleones. Se trata de gente pacífica, trabajadora, dada al cántico, aficionada a los toros, las tertulias y los vasos de buen vino a la caída de la tarde. Acogedores, afables y liberales, entre ellos están representados todos los colores del espectro político nacional.Su pasión por la patria chica no es metáfora; todos ellos sueñan con volver, y de hecho regresan con cualquier disculpa. Para ellos, Huerta de Rey es la libertad, una libertad conseguida tras miles de años de lucha contra invasores de variado pelaje. Y tampoco esto es metáfora, como se demuestra con la escueta relación de intrusos en su territorio: en el año 72 antes de Cristo, los romanos; en la primera mitad del siglo V, los suevos; a finales de ese siglo, los visigodos; en el siglo VIII. las huestes musulmanas de Abderramán III; en el siglo XII, los benedictinos de Santo Domingo de Silos, que fueron dueños del lugar desde 1137 hasta 1843 con la desamortización de Mendizábal. La última invasión, pavorosa, fue la del fuego, que destruyó prácticamente todo el pueblo el 26 de febrero de 1918. No hubo desgracias personales, pero las llamas arrasaron inmuebles y animales. Un romance local describe así la tragedia: "Todos los perros y gatos en el pueblo se han quemado; las gallinas y los cerdos, / también han sido tostados".
De todo ello les ha quedado un arraigado sentido de la solidaridad y la convivencia. Proclaman con orgullo que la guerra civil de 1936 no provocó allí tragedias ni venganzas. También les ha quedado un exquisito sentido del humor. No son chistosos, pero sí sentenciosos y extraordinarios conversadores. Tienen un delicioso diccionario del amor en el que bache es una suegra; banca, una mujer rica, sin parientes y en estado de merecer; barrabasada es casarse; birria, un novio romántico y pobre; batuta es una esposa mandona; beso, un anticipo a cuenta de mejor partida.
Una clamorosa peculiaridad de los huertaños son sus nombres propios, nombres que ni García Márquez pudo soñar, tan fieros que en la cara del rey Sigerico fueran pecado: Burgundófora-Cancionila, Filogonio, Teopista, Austringiliano, Cirilina-Rainiera, Epigmenio, Hermelinda, Baraquisio, Minervina, Onesíforo, Herótida, Hierónides, Ninfa, Dulcardo, Ausencio... Algunos de ellos se cobijan al atardecer en la taberna del Foro, en el barrio de Maravillas.
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