Los programas de libros, una especie amenazada de extinción
ROSA Á BERCIANO Hay que ser muy madrugador o muy noctámbulo para verlos. Las cadenas privadas los ignoran y son el punto débil de las televisiones públicas. Son los programas dedicados a los libros, una especie amenazada de extinción que, sin embargo, cuenta con florecientes episodios en la historia de la televisión. Hay quien enfrenta la era de la televisión a la era de la tipografía (Neil Postman, Amusing ourselves to death) y ve en este maridaje una relación contranatura. La televisión introduce cambios en la forma de percibir y de conocer las cosas, y por ello sería el peor enemigo del libro: en el espectador que se crea se pierde el lector que podía aparecer.
Los que creen que la televisión debe hablar del libro se torturan con una pregunta: ¿cómo hablar del libro en televisión?. Se lo plantearon años atrás espacios de Televisión Española como Encuentros con las artes y las letras. Ahora lo hace A pie de página, uno de los pocos espacios de libros que queda en antena. Han optado generalmente por el sillón, la mesa camilla, la biblioteca por decorado y la opcional pipa. Alguno, más inquieto, como Isaac Montero y su Tiempo de papel, que incluía entrevistas con autores, introdujo la atracción ingenua de un muñeco y un cuervo con la intención de hacerlo más llevadero. Los comentarios a un libro de personajes populares pareció a La hora del lector (TVE) otra forma de aligerar la lección de literatura, como lo hizo La caixa sabía (TV3) combinando libros y concurso. Entre líneas'-entrevistas, reportajes y escaparate de novedades- buscaba de otra forma ampliar su público.
"Atractivo y rupturista", derinió Eduardo Sotillos a su programa El nuevo espectador, que presentó y dirigió en un escenario que recreaba algo parecido a un café de hoy, con unas modernas pantallas para la emisión de reportajes. La incorporación del espectador al programa fue uno de los hitos de este invento, ya fenecido, que intentó sin más no desempolvar la sala de lectura.
Pero si la televisión debe servir para tender un puente hacia el libro, suscitar las ganas de comprarlo, no está tan clara lafórmula a emplear. Es la televisión francesa la que más puede contar sobre ello, con una larga tradición en este tipo de programas, desde el articulado como un telediario literario -Boite aux lettres-, el debate en directo con decorado de bistrot -Droit de reponse- o la lectura de poemas -Club despoetes, hasta la fórmula más clásica de la entrevista con los autores -Lectures pour tous-, la entrevista con lectores -Cest a lire- o la conversación entre gentes cultivadas de Libre et change.
Pero es el fenómeno Bernard Pivot y su ya legendario programa Apostrophes quien demuestra verdaderamente que no hay fórmulas en este delicado oficio de colocar al libro en la pequeña pantalla. Pivot ha permanecido 15 años en antena (una audiencia entre tres millones y cinco millones de telespectadores en sus mejores momentos) con uno de los programas más baratos de la televisión francesa. La fórmula del programa -reunir autores en torno a un tema y propiciar la confrontación- no es tal, a no ser que se considere al propio Pivot componente único y fundamental. Por eso es un error pensar que un programa como Carácteres, que presenta Bernard Rapp, puede tener el éxito de Apostrophes. Rapp decidió continuar con la misma fórmula porque, según declaraba recientemente, "es el estilo mejor adaptado a la televisión". Como es seguro que el nuevo espacio de Pivot, como un planteamiento mucho más framentado, pueda repetir la hazaña que le convirtió en uno de los hombres más influyentes de Francia.
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