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Las oraciones de J. P. Morgan

Los hundimientos en Bolsa se terminan sin necesidad de acción divina, señala Galbraith en su Breve historia de la euforia financiera. No es lo mismo para las fases de inactividad prolongada como la actual, para las cuales tal vez sí sean de utilidad las recetas celestiales al estilo de las novenas de la España profunda en tiempos de pertinaz sequía. Pensar en los operadores rezando letanías no es algo tan peregrino si se tiene en cuenta que en las crónicas financieras de los últimos 100 años se encuentran casos de gran respetabilidad aparente como el del legendario banquero J. P. Morgan. A este último se le atribuyó el fin de una gran crisis en el sistema de pagos a principios de este siglo -durante el primer pánico de Wall Street en 1907-, cuando hizo un llamamiento para que los fondos públicos y privados acudieran en ayuda de la Trust Company of America y paralelamente solicitó a los clérigos de Nueva York que dieran sermones alentadores para infundir confianza en los inversores. A la atonía de hoy siempre le vendría bien un padrenuestro, pero quienes compran pequeños paquetes y siembran para mañana no son precisamente ratas de sacristía.

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