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Tribuna
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Calma

Esto os pasa por ver la Lituania en el ojo ajeno y no la Estonia en el propio. Ya está bien de que cada vez que se ponga en duda el carácter vitalicio de la metafísica del Estado español, se produzca una curiosa reacción patriótico-racial en la España real, más próxima a la etología que a la política. Es como si la reaparición de la cuestión de las nacionalidades fuera una navaja barbera que se cerniera castradora sobre los atributos viriles de Españo, que no de España, porque, de creer la filosofía machista de Giménez Caballero, todo lo que acaba en a peca de frágilmente femenino.En una política de mercado como la nuestra, la oferta independentista cotiza en Bolsa como otra cualquiera, siempre y cuando respete las reglas del juego del marco constitucional, laborioso fruto que, por cierto, entre nosotros reúne la legitimidad franquista y la otra. Ahora bien, si sólo se cree en la economía de mercado, pero no en la cultura y política correspondientes, se está pecando de grave esquizofrenia liberal. Al fin y al cabo, los que han urdido la modernización de España saben qué ha pasado y pasa por concertar nuestra economía, nuestra política y nuestra esitrategia con la del sistema internacional al que pertenecemos, y que si algún día los centros de decisión multinacionales llegan a la conclusión de que los Estados históricos se an convertido en obstáculos para un nuevo orden económico y político internacional, todo el monte será orégano y todo el mundo Croacia.

Por tanto, hay que enfriar los procesadores de textos y los cojones del alma, con perdón, a la hora de analizar esta supuesta epidemia independentista, recordatorio de que, de todas las morbosas celebraciones del Quinto Centenario, la más falsa es la de la unidad fraguada por los Reyes Católicos. En este sentido, ha sido más úlil, mucho más, la Liga nacional de fútbol.

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