Una pobreza manchesteriana
Algunos observadores de las finanzas hacen como la señora Jelaby, un clásico personaje de Dickens: están más preocupados por aliviar la culpabilidad de los ricos que por responder a las auténticas necesidades de los pobres. La bolsa está llena de personajes que llevan el dinero en la sangre sin ser ricos pero con lógicas aspiraciones de amasar grandes fortunas. Algunos de ellos rozan sin saberlo una pobreza manchesteriana y se enterarían de que son una especie de lumpenfinancierado tan sólo consultando el saldo vivo de sus operaciones a crédito. Son los todoterreno de la inversión que, obviamente, por su sibilina posición en la cadena de las ganancias -¡o pérdidas!- están muy próximos a realizar la exégesis de la riqueza o a lavar la mala conciencia de la codicia, olvidando que en el día a día de los mercados financieros los pobres se cuentan por docenas. Estos últimos, víctimas en su mayoría de sobresaltos inesperados en las cotizaciones viven en la mística de una visión selvática de los negocios. Sobreviven los mas aptos, se dice a sí mismo pensando, como el financiero James Goldsmith, que sin depredadores la industria moriría. Sin advertir que un día de agosto quedaron excluidos.
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