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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nacionalista y regionalistas

EN ESPAÑA, los cuatro principales partidos de ámbito nacional recogen entre el 75% y el 85% de los votos. Una cantidad considerable, pero no tanto como para desdeñar los cuatro o cinco millones de sufragios que se dispersan en otras candidaturas. Más de la mitad de ellos corresponden, a su vez, a partidos nacionalistas (1,8 millones en las municipales del pasado domingo) o regionalistas (cerca de un millón). La vocación centrista, en sentido amplio, de muchas de las formaciones pertenecientes a esas dos categorías las convierte en aliados potenciales tanto de la derecha como de la izquierda para completar mayorías municipales o autonómicas. Tal vez también, mañana, para conformar alternativas de gobierno del Estado. Ese papel de bisagra multiuso se ve potenciado por la virtual desaparición del CDS.Pero esa flexibilidad no es tanta que permita contabilizar simultáneamente a todos ellos en la derecha o en la izquierda. Por una parte, los nacionalistas radicales catalanes, gallegos o vascos difícilmente aceptarán acuerdos institucionales, excepto tal vez en pequeños municipios, con las fuerzas conservadoras; por otra, la política de alianzas de los partidos nacionalistas moderados (PNV y CIU, en particular) en relación a las formaciones mayoritarias de ámbito estatal suele guiarse menos por razones ideológicas que de conveniencia: el criterio resultante suele ser el de otorgar prioridad al partido instalado en el Gobierno central, cualquiera que sea su signo. Esa actitud no sólo no excluye amagos de pasarse al otro bando, sino que más bien los da por supuestos; pero su plasmación será improbable mientras no haya síntomas de un inminente cambio de mayoría.

Por eso es tan poco verosímil, por ejemplo, un pacto del PNV con el PP en el Ayuntamiento de Bilbao, pese a algunas insinuaciones recientes de Arzalluz al respecto (y a que entre ambos partidos conseguirían la mayoría en el consistorio). De otro lado, la irrupción del regionalismo conservador y antinacionalista en Álava (Unidad Alavesa, segunda fuerza tanto en las elecciones provinciales como en el Ayuntamiento de Vitoria) es -junto con el retroceso de HB, que pierde 40.000 votos- la novedad más significativa en Euskadi. Sobre todo, porque ese resultado lo obtiene sin merma para el PP, lo que indica que probablemente son votos rescatados de la abstención.

En Cataluña, la retención de las alcaldías de Lérida, Gerona y Barcelona constituye, si se compara con lo ocurrido en ciudades como Madrid, Sevilla y otras, el símbolo de una mayor resistencia al desgaste por parte del socialismo catalán en relación al conjunto del PSOE. Ello no desmiente, sin embargo, el fuerte castigo abstencionista sufrido en algunos de sus feudos obreros tradicionales. Lo significativo es que esta mayor resistencia socialista redunda en un leve deterioro del nacionalismo encabezado por Jordi Pujol, cuyo planteamiento de las municipales como unas primarias de las autonómicas de 1992 ha fallado a todas luces. El leve retroceso nacionalista, tercero tras los experimentados en las autonómicas y últimas europeas, abre toda suerte de hipótesis de futuro. ¿Se trata de una tendencia imparable? Todo indica que, mientras el primer partido del ámbito conservador en España, el PP, tan sólo ha comenzado a capitalizar su viaje hacia el centro y ha confirmado su hegemonía como primer partido de la oposición, en Cataluña sucede lo contrario: la coalición hegemónica del centroderecha, CIU, ya instalada en el centro, debe poner toda la carne en el asador para retener los sectores sociales con los que ya contaba. Y le resulta casi imposible allegar otros nuevos, directamente o a través de posibles alianzas, pues dispone de pocas opciones de pacto en algunas ciudades medias sin mayorías claras, y precisamente una de ellas es la de llegar a acuerdos con su primer adversario, el PSC.

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En cuanto a los regionalistas propiamente dichos, es cierto que los de mayor implantación (en Aragón, Valencia, Navarra, etcétera) encajan mejor en alianzas de centro-derecha que en pactos con la izquierda. Pero también entre ellos hay casos más dudosos, como el de los andalucistas, que combinan claves izquierdistas con apelaciones de signo contrario. Combinación, por cierto, que está provocando una desconcertante actitud de su candidato a la alcaldía de Sevilla, Alejandro Rojas Marcos, un hábil político con tendencia a pasarse de listo: su pretensión de llegar a la alcaldía mediante el apoyo de los concejales conservadores, pero sin pacto político previo con el Partido Popular, equivale a la de quien trata de ocultar a su mano izquierda lo que hace la derecha.

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