Propietario
En todos los viajes a París por carretera acostumbro a desviarme en la salida de Beaune para ir de visita. Unos pocos kilómetros hacia el norte por caminos secundarios me llevan al Clos Vougeot, un espléndido caserón fortificado que da nombre a uno de los vinos más importantes del mundo. Nunca he entrado en el interior del Clos Vougeot. Me limito a admirar el sabio corte de los sarmientos en invierno y a acariciar la turgencia de las uvas en verano. Siempre en el mismo sitio, con la silueta del castillo en el fondo y la certeza de que probablemente nunca podré costearme una de sus carísimas botellas. Y, sin embargo, cada año acudo a ese pedazo de la Borgoña con la confiada emoción de un propietario.De vez en cuando, antes de llegar a Olot, subo al pantano de Susqueda a comprobar el nivel de las aguas. Este año la lluvia ha sido abundante y da gusto contemplar las ramas de los árboles casi peinando el agua cautiva. Paseo lentamente por el borde de la presa. como un agrimensor dispuesto a cosechar piscinas repletas, surtidores callejeros y duchas matinales infinitas sin la mala conciencia de la sequía. Tiro una piedra al embalse y los círculos concéntricos sobre el agua se me aparecen como la firma de un accionista.
Otros días visito el lento avance de las obras de mi autopista urbana, reencuentro mi mesa habitual en mi café y acudo a la librería que no es mía sobre el papel, aunque me sé el lugar de todos sus papeles y sus autores. Comento que casi el mismo día murió Graham Greene, pero se me murió Max Frisch, al que consideraba casi mío cuando en realidad yo era suyo. Con la propiedad legal somos muy poco. Pero esa otra propiedad del conocimiento y la mirada nos hace inmensamente ricos, tal vez porque poseer el mundo nunca se ha conseguido con el talonario.
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