La aristocracia en la catedral
Hacia las 12.30, la aristocracia del rugby aparcará en el verde prado que rodea Twickenham, y de los maleteros surgirán bebidas y viandas sacadas del sueño de algún gastrónomo que serán consumidas de pie mientras que en el más puro acento Oxbridge se compararán mesuradamente las posibilidades de "nuestros chicos" y "el quince de Francia".Ellos son la Rugby Football Union, los que desprecian al que cobra por jugar o simplemente ha soñado con hacerlo. Llevan 30, 40 años viendo rugby y no han visto ganar en serio a su equipo desde el año 1980, cuando Billy Beaumont les dio el último Grand Slam.
Es éste de 1991 un equipo inglés con la mejor sala de máquinas de los últimos cinco años, un oscuro medio de melé y un apertura que no ha demostrado del todo su excelencia al tomar opciones, a pesar de su educación en Cambridge. Su capitán, Will Carling, ha condenado al ostracismo a tres cuartos tan explosivos y brillantes como Oti y Underwood, y el equipo en general tiene una malévola tendencia a quedarse en blanco cuando va detrás en el marcador.
En Francia existe la tranquilidad de saber que en este momento de transición han llegado a lo máximo, no tienen nada que perder. Berbizier tendrá que utilizar sus recursos cuando su delantera retroceda, y la tercera línea no ha sido puesta a prueba a la hora de placar al más alto nivel. La línea de tres cuartos tiene a Sella recién salido de una grave lesión y tendrá pocos balones, pero en cualquier momento pueden descorchar una botella de champaña.
Una vez más, la catedral del rugby vivirá ese indescriptible ambiente que tan dificil de explicar resulta a los que no lo han vivido in situ.
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