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Carta a Manuel Conde

Ahora hace un año que Manuel Conde, poeta, crítico de arte, fundador del grupo El Paso, murió sin el, reconocimiento que el mundo de la cultura le debía.Hace unas noches. Manolo, estuvimos en Casa Paco y en Revuelta, ya sabes, comiendo esos callos que a ti tanto te gustaban. Y otra vez, como siempre, Juanje brindó por tu recuerdo y por el de Becerrita. En un Madrid como éste, agobiante y sufrido, de soledad y angustia y de frío por todas las esquinas, en un Madrid, Manolo, tan amigo como éste, tu recuerdo es una salvaguardia para ganar las noches y los días.

La historia todavía no habla del cocinero de Alejandro. Tampoco de los poetas que eligieron frente a cualquier vanidad, el calor de los amigos. La historia no hablará de ti, Manolo Conde Aunque hayas sido uno de los impulsores del grupo El Paso Aunque hayas dejado escritos varios libros maravillosos. Aun

que hayas llevado con tus críticas y tus conferencias la pintura española fuera de las cicaterías del oficialismo más cutre en los años difíciles de la dictadura.

De ti se hablará en las tabernas de barrio, entre cervezas y vinos. En las, esquinas, los serenos jubilados comentarán tu última ocurrencia. Y alguien guardará como oro en paño una petenera escrita en una servilleta de papel, algún dibujo de toro en el campo, algún félino.

No mereciste siquiera el más pequeño reconocimiento oficial. Pero cómo te hubieras reído, Manolo, si hubieras visto algunas de las cosas que han ocurrido tras tu muerte. Y con tu muerte, incluso. Qué bien hacías pasando de todo. Con esa sabiduría que te dieron desengaños y amistades. Fíjate: los mismos que te rehuyeron en vida por golfo y por borracho te cantaron después panegíricos inútiles y han desperdigado esos maravillosos cantes escritos en cualquier trocito de papel. Mejor -como tú mismo decías- te hubieran venido en vida unas pesetas, que las lágrimas y los versos sobre tu cadáver. Que nunca te quitaron el hambre, ni alabanzas que siempre despreciaste, ni reconocimientos que nunca reclamaste.

Por aquí seguimos, como siempre. Hay guerra cruenta, feroz, y la política sigue tan enfangada como entonces. Y nosotros..., pues, ¿qué puedo contarte? Vivimos, que no es poco. Y muy de cuando en cuando recibimos el pinchazo de un amor que creíamos ya ido, amamos, a cualquiera, bebemos unos tragos, recorremos Madrid. Y alguna vez incluso, los problemas parecen desbordarnos, y nos parece entonces que no merece la pena seguir a golpes con la vida. Sólo acostarse entre sábanas blancas y esperar que amanezca. Hay poco que contarte. De los que tú conoces, de alguno, es mejor regalarle la piedad del silencio. Y los demás, ya sabes, vivimos en tu nombre el Madrid que tú mismo te encargaste de convertirnos en una ciudad maravillosa.

Aurella -¿la recuerdas?- la del Torayo nos habla de cuando en cuando de lo mucho que te gustaban sus guisos y sus vinos. Y por Casa Tomás, y por la calle del Aguila siempre hay alguien que pregunta por ti. Mi madre te ha mandado deel r alguna misa (no creo que te haga mal alguno). Estamos unos cuantos preparando la edición de tus últimos poemas. Esos versos que dejaste inconclusos y limpios. Jerónimo ha expuesto en Salamanca. De Teresa no sé nada desde hace largos meses. Estará bien, supongo. Y yo, de tarde en tarde, escribo algún poema que no tengo, Manolo, a quien leerle.

Nuestros hijos te añoran los domingos. Y Juli, Mari Tere y Margarita darían cualquier cosapor tenerte sentado a su cocina. Y Ángeles, Barranco..., los amigos. Esos miles de amigos.

Y vamos resistiendo.

Ahora, en este instante, recuerdo un verso tuyo, escrito cuando ya conocías la certeza de tu muerte: "En un bar de suburbio / -luminosas, humildes-, / un ramito de lilas / (¿será este abril el último / en que pueda tocarlas?)". Tiene fecha de 25 de abril de 1989.

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