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Tribuna
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Valores

El desierto está lleno de cadáveres exquisitos. Como debe hacerse con toda carne correosa, primero fue ablandada durante semanas y obligada a purga alimentaria, mientras se la sometía a una deshidratación que amojamaba los músculos, a la espera del instante en que las piezas echaran a correr en busca de su madriguera. Hay un momento en que toda bestia pretende volver a su cubil, convencida ya de que no tiene otra elección que la madriguera o la muerte. En este caso, falsa elección. No se les permitió volver a casa. Las piezas fueron machacadas calculadamente porque desde 1984 estaba cuantificado el número de destrucciones materiales y humanas necesarias para rebajar los humos a Irak. Los estrategas del Pentágono necesitaban un conflicto de medio alcance, insuficientes los aperitivos de Granada y Panamá, en la necesidad de sepultar la memoria de la guerra de Vietnam bajo los cascotes de destrucciones ejemplares. La cocina de la caza conoce el especial gusto que tienen las bestias cuando mueren en plena huida: el buqué de las carnes perfumadas por el miedo del propio cerebro roto.Iba a ser una guerra limpia. Ibamos a demostrar que nuestra escala de valores respeta la vida humana, a pesar de que dentro de esa escala hemos inventado la bomba de neutrones, que salva las cosas, por si acaso están aseguradas, pero mata a las personas. Eso sí, se han producido lamentables acciones colaterales, y al picadillo de la Guardia Republicana hay que sumar miles y miles de civiles que no supieron apartarse a tiempo de la mirada del ojo electrónico del Gran Oso Blanco. Ahora hay tanto que edificar, así en Kuwait como en Irak, y ha quedado tan obsoleto el armamento empleado que el nuevo orden internacional empezará por reconstruir y rearmarse. Mesopotamia es otra vez el paraíso. Constructores, traficantes, tahúres, ahora os toca a vosotros.

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