La ruptura con la izquierda conservadora
El conservadurismo no es una prerrogativa exclusiva de los partidos de la derecha. Las fuerzas de izquierda también pueden ser conservadoras, aun reafirmando un léxico transformador.Los sucesos internacionales de los últimos años pusieron al descubierto esta contradicción.
El pensamiento socialdemócrata aceptó como inmutable -salvo excepciones- el sistema dominante, adoptando una estructura partidaria de corte burocrático.
En otras coordenadas, una parte del pensamiento comunista asumía el mismo esquema. Desde el burocratismo se decretó el fin del capitalismo y el nacimiento de la sociedad feliz. Con ello se anticipaba, aunque con planteamientos distintos, a ese funcionario estadounidense que proclamó el fin de la historia. El ideal de liberación era sustituido por la esclerosis de la ideología. El partido se transformó en un fin en sí mismo y la dialéctica se sustituyó por el dogma.
Esta actitud conservadora impedía escuchar las demandas de las nuevas generaciones educadas en una sociedad que poco o nada tiene que ver con la existente al principio de siglo donde se consolidaron los partidos tradicionales.
El futuro de las formaciones de izquierda está en relación directa con el grado de ruptura sobre esa realidad, aunque sin renunciar al ideal emancipador del pensamiento revolucionario.
Noviembre será importante para la izquierda española. PSOE e IU celebran sus congresos tratando de elaborar presupuestos en sintonía con los nuevos tiempos. No deseo analizar los contenidos del congreso PSOE, aunque tengo la sensación de que los cambios brillarán por su ausencia. Se sigue reafirmando lenguajes confusos que contrastan con la diáfana actuación gubernamental asimilable, en lo fundamental, a opciones liberal-conservadoras.
Lavar la cara
La manida referencia a la casa común no pasa de ser un eslogan publicitario destinado a lavar la cara de antiguos pescadores de otros puertos. Siendo sincero, presentarlo como una opción de futuro sólo evidencia el desconocimiento real sobre una parte numerosa de la izquierda española.
Quiero detenerme sobre la II Asamblea de IU.
El debate viene precedido por la reflexión sobre el papel que deben jugar los partidos que la componen.
El último comité central del PCE se centró en esa cuestión y se saldó de forma positiva para el desarrollo de IU.
El PCE adecuará su estructura e infraestructura a la nueva realidad, actuando en el seno de IU como corriente de opinión. Será, por consiguiente, un PCE distinto, consecuente con la opción de impulsar IU como nueva organización. Se ha escrito que esta decisión, que excluye la desaparición del partido, es tomada bajo el síndrome del temor, a la luz de la posible reacción que pudiese adoptar la base comunista.
Negaría una evidencia si ocultase que una parte de los afiliados del PSOE no entenderían una propuesta de disolución, mas distorsionaría mi propia posición si justificase la opción del comité central sobre la base del temor, sin resaltar argumentos de índole positivo.
La discusión está centrada en el modelo organizativo y político que se propicie para la IU presente y futura. En mi opinión, IU ha de reafirmar su pluralismo y, sin adoptar las formas de un partido, transformarse en un lugar de encuentro del pensamiento clásico de la izquierda, junto a las nuevas corrientes del ecopacifismo, del feminismo, etcétera, organizados como partidos, clubes de opinión, asociaciones o simplemente personas individuales, y actuando todos en plano de igualdad y sin recelos.
Dos límites
El comunismo, sintetizado en el PCE, es parte de este pensamiento. En esta coyuntura la desorganización de esta corriente es negativa para el desarrollo de la izquierda. Mantenerla con todas las prerrogativas de un partido clásico sería negativo para IU.
Estos dos límites están presentes en nuestra opción, siendo obvio que la estructura organizativa propiciada para IU es singular y, por ello, puede no ser entendida cuando contempla la política desde moldes clásicos, acostumbrados a no descubrir otra forma de organización que la partidaria. La práctica sancionará o no la viabilidad del proyecto y la prudencia aconseja repensar otros cambios a la luz de esa práctica, y no como discusión teorizante de unos pocos.
Desde esta estructura, y para ser creíble, deberemos reafirmar que no concebimos a IU como un todo excluyente, marcando caminos para la cooperación programática con otras izquierdas y, en esencial, con los partidos de ámbito nacional o regional que tienen posiciones de progreso. Relieve especial ha de tener el diálogo y apoyo, sin pretensión manipuladora, con el movimiento sindical y los nuevos movimientos sociales, como expresión concreta de una nueva forma de hacer política. En el marco internacional la opción de IU ha de ser clara, buscando la relación programática con todas las fuerzas de progreso.
El desarrollo de esta política exige potenciar una estructura propia que permita responder, de forma autónoma y no condicionada, a las demandas de los sectores de nuestra población que esperan el desarrollo de una fuerza innovadora.
Tengo la firme convicción de que contestaremos con éxito a estas premisas, desarrollando una organización que supere las lacras conservadoras de la izquierda clásica.
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