Calcetines
Leí no sé dónde que alguien se había muerto mientras se ponía los calcetines. No me extraña, es uno de los momentos más delicados del día. Normalmente, uno se sienta en el borde de la cama, se encoge sobre sí mismo en dirección a la postura fetal, y le coloca al pie una capucha parecida a la que le ponen a los condenados a muerte. Se produce entonces una tregua breve, aunque áspera, marcada por la particularidad de que uno ya no pertenece a la geografia del sueño sin haber ingresado por eso en el territorio de la vigilia: un exilio. No es raro que en ese breve intermedio entre lo que se ha dejado de ser y lo que todavía no se es se tomen decisiones desastrosas. Es el momento más autodestructivo del día y en el que mejor funciona el odio que profesamos a nuestra identidad. Parece que Curiel decidió pasarse con su ejercito al PSOE en esas circunstancias, lo mismo que Suárez cuando determinó colgarse del PP por el cuello. Yo mismo resolví dejar de masturbarme en semejante situación. Luego no lo hice, pero anduve un mes sin calcetines para no enfrentarme todos los días a la culpa. Como contrapartida, fue la única época de mi vida en que conseguí ir a la moda, pues advertí, de súbito, que los jóvenes habían decidido prescindir de esa prenda. Aunque ahora pienso que quizá les había ocurrido lo mismo que a mí y la desnudez de sus tobillos, más que una moda, era la señal que delataba sus tendencias onanistas.En cualquier caso, lo cierto es que todos los hombres, al menos una vez al día, han de enfrentarse a esa situación en la que se les pone un antifaz a los pies para que no nos vean. Y no queremos que nos vean porque en esos instantes no estamos a gusto con lo que somos ni con lo que queremos ser ni con lo que hemos sido. Entonces, algo se pudre en nuestro pecho y decidimos morir o dejar de fumar o ingresar en la OTAN. ¿Le pasará lo mismo a las chicas con las medias?
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