Canales del Taibilla, fuente del desarrollo del sureste español
En el año 1927 el Gobierno de la nación adopta una decisión que, como se mostrará a lo largo de las décadas siguientes, ha de ser trascendental para el sureste español. Con fecha 4 de octubre se crea por decreto-ley la Mancomunidad de los Canales de Taibilla, encargada del proyecto, construcción y explotación de cuantas obras e instalaciones sean precisas para el abastecimiento de agua potable a los municipios y entidades estatales mancomunadas, así como a la base naval de Cartagena.Esta creación no es sino la culminación de una serie de intentos que se remontan a varios siglos atrás. La carencia de aguas potables en calidad y cantidad suficientes habían llevado a los habitantes de la región, en reiteradas ocasiones, a ir en su busca cada vez más lejos. En el siglo XVI se presenta un memorial al rey para traer agua potable a los campos de Lorca y Cartagena desde las fuentes de Archivel, a más de 100 kilómetros de distancia. En el siglo siguiente, Felipe IV envía a López de Madera para que estudie la posibilidad e inicie las obras del canal de Huéscar, que transportaría las aguas de los ríos Casítral y Guardal (Almería) hasta Lorca, Murcia y Cartagena.
Cabecera del Segura Ya en el siglo XX se analiza la posibilidad de captar los caudales precisos en los Chorros del Mundo, pero su insuficiencia durante el estiaje obliga a abandonar esta solución. Finalmente, en el año 1925, el ingeniero de caminos José Eugenio Ribera redacta un anteproyecto, base de la solución inicial adoptada por el Estado, consistente en la captación de las aguas del río Taibilla, afluente en cabecera del río Segura, y su transporte y distribución a los asentamientos urbanos de toda la región mediante un sistema de conducciones de longitud superior a los 800 kilómetros. Las aguas han de recorrer distancias superiores a los 200 kilómetros para llegar a los núcleos de Alicante y Cartagena. Estamos ante un verdadero trasvase intercuencas realizado a partir de 1940 gracias al apoyo del Estado, que declara sucesivamente a los Canales de Taibillá como obras preferentes, de excepcional urgencia y de absoluta necesidad nacional.
A lo largo de los años setenta, los volúmenes captados en el río Taibilla y los incorporados provisionalmente desde el río Segura resultan claramente insuficientes para atender la demanda de la región abastecida. La solución la aporta una decisión política de alcance y repercusión extraordinaria para el Sureste: el trasvase Tajo-Segura. Si en los años veinte fue necesario llegar a la provincia de Albacete en busca de caudales adecuados, ahora en los setenta, medio siglo después, será preciso acudir hasta la cabecera del Tajo para que puedan llegar, a través de las obras del trasvase Tajo-Segura, los volúmenes que calmarán la sed del sureste español.
Los diversos planes de obra, con especial participación del Estado en su financiación mediante subvenciones a fondo perdido de hasta el 50%, se han materializado en una infraestructura hidráulica que incluye esencialmente dos presas-, seis estaciones de tratamiento, cu atro grandes estaciones de bombeo, 508 kilómetros de canales principales, 540 kilómetros de conducciones forzadas y 102 depósitos de reserva, con una inversión total actualizada de unos. 50.000 millones de pesetas. Esta infraestructura posibilita el abastecimiento de agua en.red primaria a la base naval y puerto de Cartagena, a una serie de establecimientos oficiales y entidades de carácter estatal y a una población estable superior a 1.700.000 habitantes, asentada en 74 municipios pertenecientes a tres comunidades autónomas (Murcia, Valencia y Castilla-La Mancha), que abarcan una zona geográfica de más de 10.000 kilómetros cuadrados.
Estrecha franja
Si se exceptúa la estrecha franja de aluvión por la que discurre el río Segura y en la que tradicionalmente ha existido un cultivo de huerta y por tanto la consecuente riqueza, todo el sureste español desde Alicante hasta Almería ha sido víctima de una sed ancestral reflejada en el estrangulamiento de cualquier actividad económica. Aún más, hasta la llegada de las aguas del Taibilla, la región permaneció en un estado sanitario deplorable y con un nulo desarrollo urbano e industrial.
La escasez de recursos y la mala calidad de los existentes convirtieron, a lo largo de los siglos, todo el Sureste en campo abonado para las llamadas enfermedades hídricas, llegando algunas de ellas (tifus, paratíficas) a ser endémicas y otras (cólera, paludismo) a experimentar periódicos brotes con gravísimas consecuencias para la población.
Los grandes núcleos urbanos (Cartagena, Murcia, Lorca, Orihuela, Alicante, Elche, etcétera) carecían en gran parte de su superficie de redes de agua potable, y sus dotaciones por habitante y día eran más similares a las de hombre de las sociedades preurbanas que a las de ciudades de muchos miles de habitantes. Consecuencia de esta situación es no solamente una muy deficiente calidad de vida, sino un prácticamente nulo desarrollo urbano y de la pequeña industria..
Si las disponibilidades hídricas apenas permitían las demandas poblacionales, es-claro que la mediana y gran industria, que precisan de agua para su desarrollo, no podían ubicarse en la región. Y ello a pesar de que en el Sureste existieran desde hace milenios materias primas y naturaleza generosa para permitir la instalación de los más variados tipos de industrias. Ya cartagineses y romanos explotaron las minas de plomo y plata de las sierras de Cartagena, La Unión y Mazarrón, y sus entrañas seguían aún conteniendo abundantes riquezas. La huerta producía frutos capaces de ser materia prima para la industria conservera. La costa desde Alicante a Águilas albergaba playas paradisiacas, pero la industria turística no podía soñar con los caudales necesarios de agua potable. Todo ello, además, contando con uno de los mejores puertos naturales del mundo (Cartagena), que habría permitido la comunicación de tan prometedora zona con el resto del mundo.
La ausencia en los lugares próximos de agua potable suficiente, en calidad y cantidad, hacía abortar cualquier intento de desarrollo socioeconómico en el sureste español.
La creación de la mancomunidad y el consecuente transporte de caudales abundantes y de gran calidad hacia todos los rincones de la región hace saltar las invisibles cadenas que atenazaban su desarrollo y mantenían situaciones arcaicas en las condiciones de vida de sus habitantes.
El agua llega a Cartagena en 1945, a Murcia en 1956 y a Alicante en 1958. El número de municipios abastecidos es de 24 en 1960, 55 en 1970 y 74 en la actualidad.
En Escombreras (Cartagena) se instala en 1950 la primera refinería de petróleo peninsular; a finales de la década, la central térmica que alimentará a numerosas industrias; en 1963, el primer complejo petroquímico español destinado a la fabricación de fertilizantes: en algo más de una década, el valle de Escombreras se ha transformado en un gran complejo industrial.
Algo similar a lo señalado para la industria petroquímica ocurre con la minería y las industrias derivadas. Las dos décadas que van de 1950 a 1970 contemplan un nuevo resurgir de la minería cartaginesa o romana, y las menas extraídas permiten la implantación de nuevas industrias como la Española del Zinc.
Gracias a la disponibilidad de agua se produce un e special desarrollo de la industria conservera en núcleos como Molina de Segura, Alcantarilla, Alguazas, Mula, etcétera, y de la industria de curtidos en Lorca.
Hábitat rural.
Comenzando tímidamente a finales de los sesenta, desarrollándose con fuerza en los setenta y alcanzando un máximo en la década que ha terminado ahora, el turismo se extiende desde la playa de San Juan, en Alicante, hasta cala Reona o cala Bardína, en Águilas.
Las repercusiones en el hábitat rural han sido asimismo decisivas, permitiendo la consolidación del poblamiento disperso de la huerta del Segura y valle del Guadalentín, mediante la multiplicación y renovación del caserío con viviendas de notable calidad, inviables ,sin la dilatada red de agua que nutre los Canales del Taibilla.
Y todo ello ha sido posible gracias al agua. Densidad de población, desarrollo urbano, afluencia turística, actividad económica y nivel de vida alcanzarían en el sureste español valores muy precarios si no mediase el abastecimiento de agua potable que, por su carácter pluricomunitario, gestiona un organismo autónomo de la Administración del Estado.
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